LA CONFESIÓN
"El Padre Pío, dice uno de sus superiores - es un sacerdote que cumple
asiduamente con sus deberes de estado". Efectivamente, toma parte en
todas las obligaciones de la comunidad, salvo las vísperas de las fiestas,
en que permanece horas enteras en el confesionario. Se levanta a las tres
y media y se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y
luego va directamente a la sacristía.
Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de la
mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se apiñaba junto
al confesionario.
Desde enero de 1950, todas las penitentes deben conseguir un numero de
orden para evitar confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo
sistema también para los hombres.
En 1919, en una carta a M. Caccavo, decía: "Me siento perfectamente
bien, pero estoy ocupadisimo día y noche por los cientos de confesiones
que tengo que escuchar. No me queda un instante libre, pero tengo que
agradecer a Dios pues me ayuda intensamente en mi misterios". Confesar
es su principal vocación, la que le permite apaciguar su insaciable sed del
almas. Desea ser considerado exclusivamente como confesor. No predica,
y el Santo Oficio le ha prohibido escribir. Como San Juan Bautista Vianney,
Cura De Ars, pasa sus días en el confesionario, lo que constituye en si un
verdadero milagro; porque esto es como alterar el sistema nervioso mas
sólido. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los limites de la resistencia
física. El examina, juzga, condena y absuelve según lo que Dios le inspira.
Su confesionario es mas que una cátedra, mas que un tribunal, es una
clínica para las almas. Acoge a los penitentes de diversas maneras, según
las necesidades de cada uno y sin plan preconcebido. Abre los brazos a
este en una exuberancia de alegría, diciéndole de donde viene aun antes
de que haya abierto la boca. Y a otros los llena de reproches, los
amonesta y hasta los trata con rudeza; a algunos se niega a recibirlos y les
dice que vuelva mas adelante, cuando estén mejor preparados. La misma
afabilidad, la misma sonrisa de bienvenida, la misma severidad se prodiga
al sabio, al personaje, al paisano humilde e ignorante.
La condición social del penitente nada cuenta; como Teresa Neumann y
con igual clarividencia, solo ve su alma, su alma al desnudo. Suele
suceder que tenga mas indulgencia con un gran pecador que lo conmueve
por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente que no cumple con
sus deberes religiosos, una de esas personas que se dicen católicas pero
que por pereza no dedican a Dios ni una hora por semana.
En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra bondadoso,
con una benevolencia que dilata el corazón del penitente cuando le dice:
"Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice". Pero a veces
recuerda a San Francisco Bautista por su brusquedad, cuando con
palabras dura y cortante denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y
mentiras de las mujeres. También San Felipe Neri se mostraba inflexible
con los penitentes que consideran la murmuración como una falta leve.
Con mayor severidad aun, condena el Padre Pío los pecados contra la
pureza y la maternidad, y no lo perdona sin estar seguro de un firme y
categórico propósito de enmiendas; los malhechores que van contra la
generación y el matrimonio, deberán varios meses de prueba antes de ser
absuelto.
A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente sin
interrogarlo; esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban
periódicamente en otro lugar. - Por que? Porque posee el don divino de ver
como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores ordinarios.
El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor le
ordena a tratar con dureza a un alma; pero lo hace así para que su
penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la
Comunión no son cosa de juego; que es algo grave lavar su alma y recibir
a Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador
y la multitud lo desconocen.
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