sabato 30 settembre 2017

EL PERRO GUARDIÁN Y REFLEXIONES

EL PERRO GUARDIÁN

Es conocida la historia de san Juan Bosco, a quien se le apareció por espacio de 30 años un perro, a quien llamaba Gris, y que le protegía de los peligros, cuando sus enemigos querían matarlo. Pues bien, un día el padre Pío envió a su ángel a salvar a un ingeniero que estaba en peligro de muerte y lo hizo su ángel bajo la figura de un perro. El general Tarsicio Quarti declaró el 30 de junio de 1943 lo que le contó un joven ingeniero: Había bajado en la estación de San Severo y, al no encontrar medios de comunicación, se dirigía a pie hacia San Marco in Lamis. Estando en pleno campo se le acercaron unos campesinos con aire amenazante con horcas y palas. Aquellos días estaba la gente alterada, porque habían caído varios paracaidistas ingleses y lo confundieron con uno de ellos, que había escondido su paracaídas muy cerca del lugar. Pero él se puso a rezar, viendo que se acercaban hacia él y, de pronto, apareció un perro feroz, amenazando a los campesinos que, espantados, desistieron de seguirlo. Pudo a la mañana siguiente llegar a san Giovanni Rotondo. Cuando lo vio el padre Pío, le dijo de inmediato: “La hubieras pasado mal si no te hubiese enviado a mi ángel custodio”


REFLEXIONES

 El padre Pío es un verdadero santo para gloria de Dios y de la Iglesia católica, en la que florecen santos por millares. Jesús le había dicho: Te asocio a mi Pasión y le dio el don de las llagas para semejarse a él. Él decía de sí mismo: Yo quiero ser sólo un pobre fraile que ora. Oraba y sufría por todos, incluso asumiendo sus sufrimientos en propia carne, como víctima expiatoria, en sustitución mística. El padre Pierino Galeone resume la vida del padre Pío diciendo: El padre Pío convertía pecadores, sanaba enfermos incurables, predecía el futuro, estaba a la cabecera de los moribundos, como sucedió con mi madre, y lo mismo en muchos casos en hospitales, casas privadas o campos de concentración. Incluso guiaba el choche de choferes dormidos, como sucedió a un amigo mío o libraba de graves accidentes a choferes distraídos o imprudentes . Pero, hablando concretamente de su ángel, recordemos que todos tenemos un ángel del cielo que nos cuida y nos protege. Está a la derecha y puede aparecerse bajo diferentes formas. A santa Gema Galgani se le presentaba algunas veces como pajarito para llevarle las cartas al correo. A san Juan Bosco como un perro. Otras veces se presenta en figura de hombre o de mujer, niño o adulto, con alas o sin alas, pero siempre amable, amoroso y diligente, para ayudarnos en la medida en que lo invocamos. Por eso, muchos, que nunca lo invocan, se pierden muchas bendiciones que Dios quiere darnos por su intermedio. Suele recomendarse ponerle un nombre para llamarlo con más confianza. También es importante invocar a los ángeles de los familiares con quienes vivimos en nuestra casa. Además, podemos pedirle ayuda antes de viajar, invocando al ángel del chofer y de los pasajeros o de los alumnos antes de dictar una clase o del médico, cuando vamos a la consulta, o del equipo médico que nos va a operar, para que todo salga bien. El ángel nos defenderá de las asechanzas del demonio y nos hará servicios útiles siempre que estemos en gracia de Dios y no en pecado mortal, pudiendo enviarlo a saludar y ayudar a personas distantes, incluso hasta el purgatorio. Cuando vayamos a la iglesia, recordemos que, junto al sagrario, hay millones de ángeles adorando a Jesús, unámonos a ellos en adoración. Cuando estemos asistiendo a la misa, unamos nuestras voces a los ángeles al cantar el Gloria, el Santo y otras canciones religiosas, pidiéndole que nos prepare dignamente para recibir a Jesús en la comunión, en unión con María y los santos. Como decía el padre Pío a Raffaelina Cerase: Ten en cuenta que es poderoso contra Satanás y sus satélites. Su amor no ha disminuido ni jamás disminuirá para defendernos. Tomen la costumbre de pensar siempre en él. Piensen que junto a cada uno hay un espíritu celeste que desde la cuna hasta la tumba no nos dejará ni un instante y nos guía y protege como un amigo o un hermano, para consolarnos, especialmente en las horas tristes. Este buen ángel reza por nosotros y ofrece a Dios nuestras buenas obras. Cuando parezca que estamos solos y abandonados, no nos quejemos de no tener un amigo cercano. No olvidemos que este invisible compañero está siempre presente para escucharnos y consolarnos

ÁNGEL ACÓLITO Y ÁNGELES CANTORES-

ÁNGEL ACÓLITO-

Los ángeles nos acompañan cuando estamos en la iglesia y ayudan al sacerdote para evitar profanaciones de la Eucaristía por descuido. El padre Alessio Parente relata: Una mañana, al dar la comunión, se terminaron las hostias de mi copón. Cuando lo estaba purificando, del lado derecho de mi espalda, vi una hostia que, como una flecha, fue a meterse en el copón. Después de las confesiones, fui a la celda del padre Pío y le conté el hecho. Y el padre, en tono severo, me dijo: “Agradece a tu ángel custodio que no te ha hecho caer a tierra a Jesús. Aprende que la comunión se distribuye con amor y reverencia”Otro día un religioso le presentó esta cuestión al padre Pío: Padre, nuestros ojos no ven bien los pequeños fragmentos de hostia consagrada que se caen al distribuir la comunión. El padre respondió: “¿Qué crees que hacen los ángeles en torno al altar?”. Todos entendieron que los ángeles están listos para intervenir y recoger los pedacitos y llevarlos al copón-



ÁNGELES CANTORES-

Es sabido que los ángeles cantan bien como aquellos ángeles de la noche de Navidad que cantaban: Gloria a Dios en el cielo. En la misa están presentes todos los ángeles como en el cielo, pues la misa es el cielo en la tierra. Y se unen al sacerdote cantando, especialmente en el momento del Gloria y del Santo; ofreciendo las buenas obras de los asistentes en el momento de las ofrendas y acompañando a los presentes en el momento de ir a comulgar. Una noche, en el convento de san Giovanni Rotondo, los religiosos sintieron una música extraña en la iglesia sin poder explicarse el porqué, pues en aquel momento nadie estaba en la iglesia. Fueron a preguntarle al padre Pío y respondió: - ¿De qué se maravillan? Son las voces de los ángeles que llevan las almas del purgatorio al paraíso103 . ¡Cuántas veces cantarán los ángeles, cuando sus protegidos van al cielo desde el purgatorio! Y ¡cuántas veces cantarán mientras están por millones adorando a Jesús sacramentado en todos los sagrarios del mundo! No olvidemos que los ángeles rezan por sus protegidos y podemos enviarlos a visitar a nuestros familiares cercanos o lejanos, incluso hasta el purgatorio, para que los saluden de nuestra parte y les lleven nuestras bendiciones y obras buenas por ellos. Los ángeles se entristecen al ver nuestros pecados y se alegran y se ríen con nosotros al ver nuestras buenas obras. El padre Agustín nos cuenta lo que decía el padre Pío en uno de sus éxtasis del 29 de noviembre de 1911: Ángel de Dios, ángel mío, ¿no estás tú a mi lado para mi custodia? Dios te ha encomendado que me cuides. Debes estar junto a mí… ¿Y te ríes? ¿Qué te hace reír? Dime, ¿quién estaba ayer por la mañana aquí presente? ¿Y te pones a reír de nuevo? ¿Un ángel que se pone a reír? Dímelo, porque no te dejaré hasta que no me lo hayas dicho--

ÁNGEL VIAJERO Y OTROS SERVICIOS

ANGEL VIAJERO ---

El ángel del padre Pío debía ir muchas veces en su nombre a visitar enfermos o convertir pecadores. Lo tenía siempre ocupado en hacer obras de bien, no sólo a los de cerca, sino también a personas lejanas. El padre Gabriel Bove declara: Para mí era sorprendente lo que decía la gente de que el padre Pío tenía mucha familiaridad con su ángel custodio y le pedía que fuera durante la noche a confortar a los enfermos y socorrer a los pecadores. Esto me lo confirmó el mismo padre. Un día de verano de 1956, después de bendecir a los fieles, salía el padre Pío de la iglesia muy fatigado. Aquel día parecía que estaba más cansado que de ordinario. Caminaba apoyado del brazo del padre Giambattista y se parecía a san Francisco estigmatizado bajando del monte. Yo lo tomé del otro brazo, preguntándole: “Padre, ¿está muy cansado?” - Sí, hijo mío, estoy aplastado por tanto calor. - Esta noche descansará. Además pediremos a su ángel custodio que venga a aliviarlo. Detuvo el paso y con fuerte voz me gritó: “Pero ¿qué dices? Debe ir de viaje”. Era eso precisamente lo que yo quería saber. Disimulando mi sorpresa, le respondí: - ¿Qué? ¿Su ángel debe viajar? - Cierto. Entonces, le dije: Padre, si su ángel debe viajar para confortar a los enfermos y socorrer a los pecadores, permita que nuestros dos ángeles, al menos tomen su puesto. - No, que cada uno de sus ángeles esté con su protegido. Y, sonriendo, añadió: ¿Y si estos ángeles se ponen celosos-


OTROS SERVICIOS-

El ángel del padre Pío le ayudaba en todas sus necesidades. Por la mañana lo despertaba. Así le dice al padre Agustín en una carta del 14 de octubre de 1912: Por la noche me duermo con una sonrisa de felicidad…, esperando que el pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme para cantar las alabanzas matutinas al Amado de nuestros corazones. Y no sólo rezaba y cantaba con él las alabanzas del Señor en el coro, también le comunicaba los pecados o cosas ocultas de sus visitantes, aunque en ocasiones lo hacían los mismos ángeles de sus penitentes. María Pompilio declaró: Una mañana el padre Pío, viéndome en la sacristía, me llamó y me dijo una acción mala que había cometido, ofendiendo al Señor. Yo no supe qué responderle y no podía negarlo. Le pregunté cómo lo sabía, pero un día, tanto le importuné que, al final, me dijo con voz baja: “Ha sido tu ángel custodio” Cuando estuvo de sacerdote joven en su pueblo de Pietrelcina, su ángel le guardaba la casa. Por eso, la gente del pueblo decía que tenía poco cuidado en cerrar la puerta de su casa. Les decía: Tengo un ángel que me la cuida97 . A sus hijos espirituales los despedía diciendo: El ángel del Señor te acompañe, te guíe y te proteja durante el viaje98. Les recomendaba que se cuidaran de no cometer pecados en su presencia. Ana Benvenuto certifica que un día fue a dar un paseo con una vecina, quien sintió varias veces el perfume del padre Pío. Ella se sintió mal por no haberlo sentido y, al día siguiente, fue al convento a confesarse. El padre Pío, de inmediato, le preguntó: Ana, ¿llevas medias? Le dije: “Sí, padre”. “Pero ayer por la tarde, ¿por qué ibas sin medias?”. Traté de excusarme por el mucho calor, pero el padre me respondió: “Aunque hubieras estado sola, debías haber ido con medias. Acuérdate que somos espectáculo para el ángel custodio y no debemos entristecerlo”99 . Un día el papá del padre Pío se cayó por las escaleras de la casa de María Pyle y no se hizo nada, porque su ángel lo cuidó. El suceso ocurrió en los primeros meses de 1946. Cuando su papá se lo refirió, el padre Pío le dijo: Agradece a tu ángel custodio que te ha puesto un almohadón en cada grada para que no te hagas daño



MÁNDAME TU ÁNGEL

MÁNDAME TU ÁNGEL

 El padre Pío recomendaba a sus hijos espirituales que, en caso de dificultad, le enviaran a su ángel para pedir por sus necesidades y él les ayudaría. El padre Alessio Parente declaró: Cuando confesaba, les decía a los penitentes que, si no podían venir a verlo, le mandaran su ángel. Un día estaba en la terraza con él. Le pedí consejo para una persona y me respondió: “Déjame en paz, ¿no ves que estoy ocupado?”. Yo me callé, pero lo veía rezar el rosario y no me parecía demasiada ocupación. Pero él añadió: “¿No has visto todos estos ángeles custodios de mis hijos espirituales, que van y vienen?”. Yo le respondí: “No los he visto, pero lo creo porque usted cada día les repite a sus hijos que se los manden”87 . El mismo padre Alessio nos refiere otro caso: Una tarde, después de haberlo ayudado a acostarse, me senté en el sillón, esperando que llegara el padre Pellegrino a cuidarlo. Mientras estaba esperando, sentía que el padre Pío rezaba el rosario y, a veces, interrumpía el rezo y decía frases como: “Dile que rezaré por él. Dile que intensificaré mis plegarias para obtener su salvación. Dile que llamaré al Corazón de Jesús para conseguir esa gracia. Dile que la Virgen no le negará esa gracia” 88 . El padre Pierino Galeone, refiere que en 1947 estuvo 20 días en san Giovanni Rotondo. Las personas, viéndome siempre cerca del padre Pío, me pedían encomendarle sus penas: la suerte de familiares desaparecidos en Rusia, la curación de un hijo, la solución de sus problemas, encontrar trabajo, etc. El padre siempre me respondía con dulzura y amor. Un día me dijo: Cuando tengas necesidad de algo, mándame tu ángel y yo te responderé. Una mañana una mamá se me acercó llorando, antes de la misa, para recomendarme a su hijo. El padre ya había subido al altar y yo no me atreví a hablarle, así que, conmovido, como me había aconsejado, le mandé a mi ángel para encomendarle el hijo de aquella madre. Terminada la misa, me acerco al padre Pío y le encomiendo al joven. Y él me responde: “Hijo mío, ya me lo has dicho”. Entendí entonces que mi ángel custodio le había advertido oportunamente y el padre Pío había orado por él89 . La señora Pía Garella manifestó que en 1945, poco después de terminada la guerra, el 20 de setiembre, se hallaba en el campo a unos kilómetros de Turín y deseó enviarle al padre Pío un telegrama de felicitación por el aniversario de sus llagas, pero no encontró a nadie que se lo pudiese enviar por estar en el campo. De pronto, se acordó de la recomendación del padre Pío: Cuando tengas necesidad, mándame a tu ángel… Entonces, se recogió unos momentos y le pidió a su ángel que le diera personalmente la felicitación. A los pocos días, recibía una carta de una amiga de san Giovanni Rotondo, Rosinella Placentino, en la que le informaba que el padre Pío le había dicho: Escribe a la señora Garella y dile que le doy las gracias por la felicitación espiritual que me ha mandado90 . El abogado Adolfo Affatato manifestó que, mientras estudiaba en Nápoles, iba frecuentemente a San Giovanni Rotondo a ver al padre Pío como padre espiritual. Un día me dijo: Si alguna vez no puedes venir, no te preocupes, basta que vayas a una iglesia donde está el Santísimo sacramento y me envíes a tu ángel custodio. Un día, mientras iba a dar el examen de Derecho privado, entré a una iglesia que estaba en mi camino. Salí muy bien del examen y, cuando fui a visitar al padre Pío para darle las gracias, me dijo: “Te había dicho que en los momentos de dificultad me enviases a tu ángel, pero bastaba una sola vez”91 . Ana Benvenuto refiere en el Proceso que, estando en Foggia, una mañana hubo un bombardeo terrible. El esposo de su hermana era médico y trabajaba en el hospital. Dice: “Yo le rogué a mi ángel que fuera a decirle al padre Pío que ayudara a mi cuñado para que no le pasara nada malo”. Por la tarde, llegó mi cuñado y nos dijo que se había salvado de milagro. Había sentido una fuerza misteriosa que lo obligaba a salir de un refugio a otro y eso ocurrió hasta cuatro veces. Al día siguiente, nos fuimos a san Giovanni Rotondo para agradecerle la ayuda al padre Pío. Después de confesarme con él, le pregunté: “Padre, cuando estoy lejos y tengo necesidad urgente, ¿cómo puedo hacer?” Me respondió:
- ¿Qué hiciste ayer por la mañana? - Padre, ¿entonces vino mi ángel a visitarlo? ¿Qué crees que el ángel es tan desobediente como tú? Desde entonces, siempre he creído en el ángel custodio92 . Otro día me dijo: Son tantos los que me mandan a su ángel a pedir ayuda que, si debiera escuchar los agradecimientos de todos, estaría fresco93 . Una hija espiritual del padre Pío fue un día al convento para hablar con él, pero el padre Pío le mandó a decir que no podía ni quería recibirla. Ella dice: Me sentí dolida por ese trato inhumano y, mientras regresaba a casa, le dije a mi ángel: “Mañana no asistiré a misa ni comulgaré. Vete y díselo al padre”. En la tarde, antes de anochecer, me envió una persona a decirme: “Dile que mañana no comulgue”. Al día siguiente, me acerqué al convento con Lucietta Fiorentino, y el padre, desde una ventana, me dijo: “Bravo, el ángel custodio es tu empleado, lo has enviado para decirme todas tus rabietas. Señorita Lucietta, ¿sabes qué ha hecho esta señorita? Se propuso no venir a misa ni comulgar y le ha mandado a su ángel para decírmelo”. Yo exclamé: - Padre, ¿ha venido a decírselo? - Claro, no es desobediente como tú, seguro que ha venido--

EL ÁNGEL DEFENSOR-ÁNGEL PREDICADOR

EL ÁNGEL DEFENSOR

 Muchas veces el ángel lo defendía del poder del maligno. En una carta al padre Agustín del 13 de diciembre de 1912 le dice: No hubiera sospechado ni lo más mínimo el engaño de barbazul (diablo), si mi angelito no me hubiera descubierto el engaño. El compañero de mi infancia trata de aliviarme los dolores que me dan estos apóstatas impuros. Y él mismo asegura: Después de las apariciones diabólicas casi siempre se aparecen Jesús, María o el ángel custodio84 . El ángel le decía: Defiéndete (del maligno), aleja de ti y desprecia sus malignas insinuaciones y no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy junto a ti. Oh, Señor, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito? Pero no me preocupo de esto. ¿Acaso no es el Señor el dueño para dar sus gracias a quien quiere y como quiere? Yo soy el juguete del niño Jesús, como él mismo me repite, lo malo es que Jesús ha escogido un juguete de poco valor. Sólo me desagrada que este juguete escogido por Él ensucie sus manos divinas  Un día le llegó una carta toda ennegrecida por el diablo, que no se podía leer. Y le escribe al padre Agustín el 13 de diciembre de 1912: Con ayuda del angelito he triunfado esta vez sobre el pérfido cosaco. El angelito me sugirió que a la llegada de la carta, le echara agua bendita antes de abrirla. Así hice con la última, pero ¿quién puede describir la rabia de Barbazul? En otra carta al padre Agustín del 5 de noviembre de 1912, le escribía: El sábado me parecía que los demonios querían acabar conmigo. No sabía a qué santo dirigirme. Me vuelvo a mi ángel y, después de hacerse esperar un poco, al fin viene aleteando en torno a mí y con su angélica voz cantaba himnos a la divina Majestad. Le grité ásperamente de haberse hecho esperar tanto mientras yo estaba pidiéndole su ayuda. Para castigarlo, no quería mirarlo a la cara, quería alejarme y huir de él, pero el pobrecito vino a mi encuentro casi llorando, me agarró para que lo mirara y lo vi todo apenado. Me dijo: “Estoy siempre a tu lado. Estaré siempre junto a ti con amor. Mi afecto por ti no desaparecerá ni con tu muerte. Sé que tu corazón generoso late siempre por nuestro común Amado”. ¡Pobre angelito! Él es demasiado bueno. ¿Conseguirá hacerme conocer el grave deber de la gratitud?


ÁNGEL PREDICADOR

 Con frecuencia, cuando el ángel se le aparecía, le daba consejos espirituales o pequeñas prédicas para afianzarlo en la fe y en la seguridad de que, por más sufrimientos que debiera padecer, nunca el Señor lo iba a abandonar. El ángel estaba siempre a su lado, aunque a veces no intervenía por voluntad de Dios, para darle oportunidad de triunfar con la gracia de Dios. Veamos algunos de sus consejos espirituales. En carta del 18 de enero de 1913 le escribe al padre Agustín: Jesús, a la prueba de temores espirituales, une la larga prueba del malestar físico, sirviéndose de los brutos cosacos… Me quejé a mi ángel y él, después de haberme dado una pequeña prédica, me dijo: “Agradece a Jesús que te ha escogido para seguirlo de cerca en la senda del Calvario. Yo veo con alegría esta conducta de Jesús hacia ti. ¿Crees que estaría tan contento, si no te viese tan golpeado? Yo, que deseo tu progreso, gozo de verte en este estado. Jesús permite los asaltos del demonio, porque quiere que te asemejes a Él en las angustias del desierto y de la cruz. Tú, defiéndete, aleja de ti las malignas insinuaciones y, donde tus fuerzas no alcancen, no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy a tu lado”. Oh, padre mío, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito?




RECOMENDACIONES SOBRE EL ÁNGEL

RECOMENDACIONES SOBRE EL ÁNGEL

 Dice una de las hijas espirituales del padre Pío: Una de las devociones que más nos inculcaba era la del ángel custodio, porque, como él decía, es nuestro compañero invisible que está siempre junto a nosotros desde el nacimiento hasta la muerte, por lo que nuestra soledad es sólo aparente. Nuestro ángel está  siempre a nuestro lado desde la mañana, apenas te despiertas, y durante toda la jornada hasta la noche, siempre, siempre, siempre. ¡Cuántos servicios nos hace nuestro ángel sin saberlo ni advertirlo!81 . A Ana Rodote (1890-1972) le escribía el 15 de julio de 1915: Que el buen ángel custodio vele sobre ti. Él es tu conductor, que te guía por el áspero sendero de la vida. Que te guarde siempre en la gracia de Jesús, te sostenga con sus manos para que no tropieces en cualquier piedra, te proteja bajo sus alas de las insidias del mundo, del demonio y de la carne. Tenle gran devoción a este ángel bienhechor. ¡Qué consolador es el pensamiento de que junto a nosotros hay un espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni un instante ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar! Este espíritu celeste nos guía y nos protege como un amigo o un hermano. Es también consolador saber que este ángel reza incesantemente por nosotros, ofrece a Dios todas las buenas acciones y obras que hacemos; y nuestros pensamientos y deseos, si son puros. Por caridad, no te olvides de este compañero invisible, siempre presente y siempre pronto a escucharnos y más todavía para consolarnos. ¡Oh, feliz compañía, si supiésemos comprenderla! Tenlo siempre delante de los ojos de la mente, acuérdate frecuentemente de su presencia, agradéceselo. Ábrete y confíale todos tus sufrimientos. Ten constante temor de ofender la pureza de su mirada. Él es tan delicado ¡y tan sensible! Pídele ayuda en los momentos de suprema angustia y experimentarás sus benéficos efectos. No digas nunca que estás sola para luchar contra tus enemigos. Nunca digas que no tienes a quién abrirte y confiarte. Sería una grave ofensa a este mensajero celeste82 . A Raffaelina Cerase (1868-1916) le escribía el 20 de abril de 1915: ¡Cuántas veces he hecho llorar a este buen ángel! ¡Cuántas veces he vivido sin temor de ofender la pureza de su mirada! ¡Es tan delicado y tan sensible! ¡Oh Dios mío, cuántas veces he correspondido a los cuidados, más que maternales, de este ángel sin ninguna señal de respeto, de afecto o reconocimiento! Y este pensamiento al presente, me llena de confusión y es tal mi ceguera que no tengo ningún sentimiento de dolor y, lo que es peor todavía, trato a este querido angelito, no digo como amigo, sino como un familiar. Y este angelito no se ofende con tales tratos. ¡Qué bueno es!... Oh Raffaelina, cuánto consuela el saber que siempre estamos bajo la custodia de un espíritu celestial, que no nos abandona ni siquiera aunque demosun disgusto a Dios. ¡Qué dulce es para el creyente esta gran verdad! ¿De qué puede temer un alma que trata de amar a Jesús, teniendo siempre consigo tan insigne guerrero? ¿Acaso no fue él uno de aquellos que junto a san Miguel defendieron el honor de Dios contra Satanás y contra los espíritus rebeldes, a quienes arrojaron al infierno? Ten en cuenta que él es todavía poderoso contra Satanás y sus satélites. Su amor no ha disminuido ni jamás disminuirá para defendernos. Toma la costumbre de pensar siempre en él. ¡Oh, si los hombres supieran comprender y apreciar este grandísimo don! ¡Dios, en un exceso de amor nos ha asignado un espíritu celeste! Invoquen frecuentemente a este ángel custodio y repitan muchas veces la bella oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, guíame ahora y siempre”. ¡Qué gran consuelo, cuando en el momento de la muerte el alma vea a este ángel tan bueno, que nos acompañó a lo largo de la vida con tantos cuidados maternales

ÁNGEL CHOFER

ÁNGEL CHOFER 

No faltaron casos en los que su ángel tuvo que ayudar a quienes se dormían al volante o velar para que no les pasara ningún accidente. El señor Piergiorgio Biavate tuvo que viajar en su coche de Florencia a San Giovanni Rotondo. A medio camino se sintió cansado y se quedó un rato en una estación de gasolina para tomar un café. Después continuó el viaje. Dice el protagonista: Sólo recuerdo una cosa, encendí el motor y me puse al volante, después no me acuerdo de nada más. No recuerdo ni un segundo de las tres horas pasadas manejando al volante. Cuando ya estaba frente a la iglesia de san Giovanni Rotondo, alguien me sacudió y me dijo: “Ahora toma tú mi puesto”. El padre Pío, después de la misa, me confirmó: “Has dormido durante todo el viaje y el cansancio lo ha tenido mi ángel, que ha manejado por ti”  . Atilio de Sanctis, abogado ejemplar, contó un hecho que le ocurrió a él mismo: El 23 de diciembre de 1948 debía ir de Fano a Bolonia con mi mujer y dos de mis hijos (Guido y Juan Luis) para traer al tercer hijo, Luciano, que estaba estudiando en el colegio Pascoli de Bolonia. Salimos a las seis de la mañana, pero, como no había dormido bien, estaba en malas condiciones físicas. Guié hasta Forlí y cedí el volante a mi hijo Guido. Una vez que recogimos a Luciano del colegio, nos detuvimos algo en Bolonia y decidimos volver a Fano. A las dos de la tarde, después de haber cedido el volante a Guido, quise guiar otra vez. Una vez pasada la zona de san Lorenzo, noté mayor cansancio. Varias veces cerré los ojos y cabeceé. Quise dejar el volante a Guido, pero se había dormido. Después, ya no me acuerdo de nada. A un cierto momento recobré el conocimiento bruscamente por el ruido de otro coche. Miré y faltaban sólo dos kilómetros para llegar a Imola. ¿Qué había sucedido? Los míos estaban charlando tranquilamente. Les expliqué lo sucedido. No me creían. ¿Podían creer que el auto había ido solo? Después admitieron que yo había estado inmóvil un largo rato y no había respondido a sus preguntas ni intervenido en la conversación. Hecho el cálculo, mi sueño al volante había durado el tiempo empleado en recorrer unos 27 kilómetros. Dos meses después, el 20 de febrero de 1950, volví a san Giovanni Rotondo y le pedí una explicación al padre Pío, que me respondió: “Tú dormías y tu ángel guiaba el coche. Sí, tu dormías y tu ángel guiaba el coche”

SU ANGEL ENFERMERO

ÁNGEL ENFERMERO

 Cuando estaba enfermo y no había nadie que le pudiera ayudar en un momento determinado, era su ángel quien le hacía pequeños servicios. El padre Paolino cuenta al respecto: Viviendo con el padre Pío, llegué a tenerle cierta confianza. Cuando estaba enfermo, sudaba mucho y tenía necesidad de ayuda para cambiarse. Muchas veces yo estaba tan cansado que, apenas iba a la cama, me quedaba dormido. Un día le dije: - Si quieres que te ayude de noche, mándame tu ángel para que despierte. - Está bien. Ese día a medianoche fui despertado bruscamente. Pensé de inmediato en el padre Pío, pero me quedé dormido de nuevo. A la mañana siguiente, le dije que había sentido que me despertaban y de nuevo me había dormido. Le dije: - ¿Para qué ha venido su ángel a despertarme, si me ha dejado dormir otra vez? Si viene, que me despierte de modo que me levante. En la tarde de ese mismo día, le recordé lo mismo. En la noche me desperté y de nuevo me dormí. La tercera noche desperté de nuevo y me levanté corriendo para ir a la celda del padre Pío. Le pregunté qué necesitaba y me respondió: - Estoy lleno de sudor y no puedo cambiarme solo . Las otras noches ¿quién lo cambiaba? Con seguridad su ángel. En 1965 yo (P. Alessio Parente) pasaba parte de la noche acompañando al padre Pío y por la mañana debía acompañarlo hasta el altar. Después guardaba sus guantes y me iba a mi celda a descansar un poco. Muchas veces, cuando no me despertaba a tiempo, sentía a alguien tocar fuerte en mi puerta. A veces, sentía en mi sueño una voz que me decía: “Alessio, levántate”. Un día no me desperté ni para la misa ni para acompañarlo después de las confesiones. Despertado por otros hermanos, fui a la celda del padre Pío y le dije: “Discúlpeme, padre, pero no me he despertado”. Y me respondió: “¿Tú crees que voy a mandarte siempre a mi ángel custodio a despertarte?


ÁNGEL PROVEEDOR

 En una oportunidad el padre Pío, vestido de militar, no tenía para pagar el billete del autobús para ir a su pueblo y el ángel lo pagó por él. Era el año 1917, en plena guerra mundial. El padre Pío había ido a Nápoles para el control de su salud en el hospital militar. El 6 de noviembre le dieron licencia por ocho días. Fue a la estación y sacó gratis el billete en tren de Nápoles a Benevento. Tenía una lira de dieta para el viaje. Él dice: A la salida del hospital, atravesé una plaza donde había mercado. Me detuve un poco para observar lo que vendían y se me acercó un hombre que vendía sombrillas de papel por una lira, pero no podía quedarme sin nada, pues debía pagar el viaje (de Benevento a Pietrelcina).  Seguí caminando y vino otro vendedor de sombrillas por 50 céntimos. Viendo a aquel hombre que tanto me insistía para llevar el pan a sus hijos, le tomé una y le di 50 céntimos. Él, feliz, se fue. Yo estaba cansado y afiebrado. El tren llegó a Benevento con mucho retraso. Apenas bajé del tren fui a la estación para tomar el autobús para Pietrelcina, pero ya había salido. Tuve que hacer noche en Benevento y pensé en quedarme en la estación para no importunar a los amigos que conocía. Busqué un lugar en la sala de espera, pero estaba llena de gente. La fiebre aumentaba cada vez más y no tenía fuerzas ni para tenerme en pie. Cuando me cansaba de estar quieto, caminaba un poco dentro y fuera de la estación. El frío y la humedad penetraban en mis huesos y así pasaron muchas horas. Me vino la tentación de entrar en el bar de la estación, porque allí el local estaba caliente, pero estaba lleno de oficiales y soldados, esperando trenes y cada uno gastaba su consumo. Yo solo tenía 50 céntimos y pensaba: “Si entro, ¿cómo hago?”. El frío se hacía sentir cada vez más y la fiebre me consumía. Eran las dos de la mañana y no había ni un sitio vacío en la sala de espera ni para echarme a descansar en el suelo. Me encomendé a Dios y a nuestra Madre celeste. No pudiendo aguantar más, entré en el bar. Las mesas estaban ocupadas y esperaba con ansia que alguno se levantara para dejarme un sitio vacío. Hacia las tres y media llegó el tren Foggia-Nápoles, y varias mesas quedaron vacías, pero por mi timidez no me dio tiempo para ocupar ni siquiera una silla. Yo pensaba: “No tengo dinero ni para consumir más de un café y, si me siento, ¿qué ganaría este pobre propietario que se pasa toda la noche trabajando?”. A las cuatro llegaron algunos trenes y quedaron dos mesas vacías. Me acomodé en un rincón, esperando que no lo notaran los camareros. Después de unos minutos, llegaron un oficial y dos suboficiales y se sentaron en la mesa vecina. De inmediato se acercó el camarero y también a mí me preguntó qué quería. Tuve que pedir un café. Los tres tomaron algo y de inmediato se fueron, pero yo me decía: “Si lo bebo pronto, tendré que salir y quiero que el café me dure hasta que llegue el autobús”. Cuando el camarero me miraba, trataba de mover la cucharilla como para mover el azúcar en el café. Por fin llegó la hora, me levanté y fui a pagar. El camarero me dijo gentilmente: “Gracias, militar, pero todo está pagado”. Pensé: “Como el camarero es anciano, quizás me conoce y me quiere hacer una cortesía”. También pensé: “¿Habrá pagado el oficial?”. De todos modos lo agradecí y salí. Llegué al lugar del autobús y no encontré a ninguna persona conocida que me prestara para pagar el billete de Benevento a Pietrelcina, sólo tenía 50 céntimos y el billete costaba 1.80. Confiando en la providencia de Dios, subí al autobús y tomé lugar en uno de los últimos lugares para poder hablar con el cobrador y asegurarle que pagaría el porte a la llegada. A mi costado tomó lugar un hombre grande, de bello aspecto. Tenía consigo una maletita nueva y la apoyó sobre sus rodillas. Partió el autobús y el cobrador se iba acercando a mi puesto. El señor que estaba a mi lado sacó de su maletín un termo y un vaso, echando en el vaso café con leche bien caliente. Me lo ofreció, pero, agradeciéndoselo, traté de no aceptar. Dada su insistencia, acepté mientras él se servía en el vaso del mismo termo. En ese momento llegó el cobrador y nos preguntó adónde íbamos. Todavía no había abierto yo la boca, cuando el cobrador me dijo: “Militar, su billete a Pietrelcina ya ha sido pagado”. Yo pensé: “¿quién lo habrá pagado?”. Y le agradecí a Dios por aquel que había hecho esa buena obra. Por fin llegamos a Pietrelcina. Varios pasajeros bajaron y también bajó antes que yo el señor que estaba a mi lado. Cuando me doy la vuelta para saludarlo y agradecerle, no lo vi más. Había desaparecido como por encanto. Caminando, me volví varias veces en todas las direcciones, pero no lo vi más77 . El padre Pío contaba muchas veces este suceso a sus hermanos, reconociendo que aquel joven había sido su ángel de la guarda. Otro caso que también podemos anotar es el haber dado pan para comer a toda la Comunidad. Era el año 1941, durante la segunda guerra mundial. El pan estaba racionado y cada día iban a pedir comida unos 15 pobres del lugar. El Superior, padre Rafael, refiere que a la hora de la comida del mediodía no había pan para los 10 religiosos ni para los pobres. Dice: Fuimos al comedor y comenzamos a comer la menestra, mientras el padre Pío estaba orando en el coro. De pronto, aparece el padre Pío con bastante pan fresco. Lo miramos sorprendidos y yo le digo: “Padre Pío, ¿de dónde ha sacado este pan?”. Me responde: “Me lo ha dado una peregrina de Bologna en la puerta”. Le respondo: “Gracias a Dios”. Ninguno de los religiosos dijo una palabra: Habían comprendido78. Habían entendido que era un milagro patente que Dios hizo por sus oraciones y, aunque no lo dijo, podemos suponer que lo hizo por medio de su ángel.

SU ÁNGEL TRADUCTOR --

ÁNGEL TRADUCTOR

 El ángel le traducía cartas o hacía de intérprete cuando venían personas que no sabían italiano. El padre Pío no había estudiado lenguas extranjeras, pero las entendía. No había estudiado francés, pero lo escribía. A la pregunta de su director, el padre Agustín, sobre quién le había enseñado francés, el padre 34 respondió: Si la misión del ángel custodio es grande, la del mío es más grande aún, porque debe hacer de maestro explicándome otras lenguas . A principios de 1912 se le ocurrió al padre Agustín valorar la santidad del padre Pío, escribiéndole en lenguas que él no conocía. Y entre ambos comenzó una correspondencia en francés y griego. Padre Pío superó brillantemente la prueba, porque hacía traducir las cartas a alguien. Sobre esto hay un testimonio del cura párroco de Pietrelcina que, bajo juramento, certificó que el padre Pío, estando en Pietrelcina, recibió una carta del padre Agustín en griego. El testimonio firmado dice así: “Pietrelcina, 25 de agosto de 1919. Certifico, bajo juramento, yo, Salvatore Pannullo, párroco, que el padre Pío, después de recibir la presente carta, me explicó literalmente el contenido. Al preguntarle cómo había podido leerla y explicarla, no conociendo el griego, respondió: “Lo sabe usted. Mi ángel custodio me ha explicado todo” . El padre Agustín escribió en su Diario: El padre Pío no sabía ni francés ni griego. Su ángel custodio le explicaba todo y el padre respondía bien. La ayuda de este singular maestro era tan eficaz que podía escribir en lenguas extranjeras. Entre sus cartas escritas, hay algunas que, al menos en parte, fueron escritas en francés . Un día vino de Estados Unidos una familia, porque la niña, de padres italianos, quería hacer su primera comunión con el padre Pío. La señorita americana, María Pyle, la preparó bien, pues la niña no sabía ni palabra de italiano. La víspera de la comunión, María Pyle la llevó al padre Pío para que confesara a la niña, ofreciéndose a hacer de traductora, pero el padre Pío no aceptó. Después de la confesión, María Pyle le preguntó a la niña si el padre Pío le había entendido, y respondió que sí. - Y tú ¿lo has entendido? - Sí. - Pero ¿te ha hablado en inglés? - Sí.El padre Ruggero afirma que un día se presentaron cinco austríacos que querían confesarse con el padre Pío a pesar de no saber ni palabra de italiano. Pensó que el padre Pío los rechazaría por no entenderlos. Pero, al salir el primero, salió riéndose, y los otros igualmente salieron con mucha alegría. Yo le pregunté algunos días después cómo había hecho para confesar a los cinco austríacos, que no sabían italiano, y me respondió: Cuando quiero, entiendo todo . En 1940 vino un sacerdote suizo y habló en latín con el padre Pío. Antes de irse, el sacerdote le encomendó a una enferma. El padre Pío le respondió en alemán: Ich werde Sie an die gottliche Barmherzigkeit empfehlen (la encomendaré a la divina misericordia). El sacerdote quedó admirado del hecho . Refiere el padre Luigi Lo Viscovo que un día vino un sacerdote francés, residente en Lourdes, que quería confesarse con el padre Pío. Le dije que el padre no oía confesiones en francés, porque no sabía esa lengua. Este sacerdote respondió que debía ser como en Lourdes que hay confesiones en distintas lenguas. Me acerqué al padre Pío y le dije que ese sacerdote estaba hablando que él no conocía el francés ni otras lenguas. El padre Pío respondió: Dile que sé francés, inglés, griego, latín, hebreo, arameo, alemán y otras lenguas, pero no quiero confesarlo . El padre Tarsicio Zullo declaró: Cuando llegaban a san Giovanni Rotondo peregrinos de distintas lenguas, el padre Pío los comprendía. Una vez le pregunté: “Padre, ¿cómo hace para entender tantas lenguas y dialectos?”. Y respondió: “Mi ángel me ayuda y me traduce todo”

sabato 2 settembre 2017

PROBLEMAS Y ACUSACIONES

PROBLEMAS Y ACUSACIONES


.. A partir de 1918 en que aparecieron sus llagas y se difundió la noticia a nivel mundial, hubo personas que no creían en ellas. No faltó quien manifestó su opinión de que el padre Pío y los capuchinos de su convento eran unos farsantes y querían hacer negocio fácil. Mucha gente, incluso importantes eclesiásticos y civiles, empezó a visitarlo para escuchar su misa y encargar misas. Como dejaban abundantes limosnas, los mismos sacerdotes diocesanos del lugar empezaron a criticar a la gente y ver mal que fueran al convento, distante unos dos kilómetros del pueblo. El doctor Lecce de san Giovanni Rotondo, ateo, habló públicamente en 1919 de que todo era un exagerado fanatismo de la gente que iba en tropel a ver a un monje enfermo gravemente de tuberculosis pulmonar y a recoger sus salivas sanguinolentas. Los sacerdotes diocesanos Principe, Domenico Palladino y Giovanni Miscio fueron al arzobispo Monseñor Gagliardi, denunciando al padre Pío como un inmoral. Concretamente, hacían alusión a que en 1918, durante una enfermedad, el padre Pío había sido instalado en la hospedería del convento donde había sido atendido por varias piadosas mujeres con las que tenía encuentros pasionales. Se referían a tres conocidas beatas Cleonice Morcaldi, Clementina Belloni y la condesa Telfner. Se habían hecho odiosas, porque tenían mucha influencia en el convento y especialmente con el padre Pío. Eran sus hijas espirituales y, con el permiso del Superior, padre Carmelo, en un tiempo ponían orden en las filas de mujeres que querían confesarse. Ellas procuraban sentarse siempre en los primeros puestos de la iglesia para la misa y, con el permiso del Superior, tenían casi todos los días una charla espiritual con el padre Pío. También ayudaban en otras tareas del convento y de la iglesia. Por eso, otras mujeres les tenían celos y hablaban mal de ellas. De hecho, algunos sacerdotes del lugar, como hemos mencionado, las acusaron de tener intimidad con el padre Pío con ocasión de haber estado en la enfermería. Pero ¿qué había ocurrido? Eran los tiempos de la famosa gripe española, que tantos muertos ocasionó. Algunos frailes capuchinos estaban movilizados por la guerra y en el convento apenas estaban dos sacerdotes, el padre Paolino y el padre Pío. El padre Paolino debía multiplicarse y hacer de cocinero para los estudiantes y atender tantas obligaciones del convento. El doctor Merla le aconsejó bajar al padre Pío, que tenía mucha fiebre, a la hospedería, donde se alojaban a veces los padres de los estudiantes. La señorita Rachelina Russo, seria y honorable, lo atendió, al igual que a otros hermanos del convento. Pero de este hecho tomaron pie para calumniar al padre Pío. También había acusaciones en cartas anónimas de que el padre Pío se veía a solas con mujeres en la iglesia a ciertas horas y de que los religiosos hacían negocio, distribuyendo pedazos de hábito o de cordón o de camisas del padre Pío, así como otros objetos personales del padre Pío, incluso pañuelos manchados de sangre, para sacar dinero. Los Superiores tomaron nota y prohibieron a los religiosos apropiarse de objetos personales del padre Pío y menos donarlos a extraños. Sin embargo, la situación llegó a tanto que el canónigo Giovanni Miscio amenazó con publicar un libro contra el padre Pío en el que iba a descubrir todas sus inmoralidades y mentiras. Decía que ya había pagado 5.000 liras al editor y que, si se retractaba y no lo publicaba, debía pagar otras 5.000 liras para rescindir el contrato. Era un verdadero chantaje. Pero el hermano mayor del padre Pío, Miguel Forgione, quiso defender a su hermano y acordó con el canónigo pagarle 3.000 liras para rescindir el contrato. El asunto llegó a la policía, quien arrestó a Miscio como extorsionador y fue condenado el 25 de noviembre de 1929 a un año y ocho meses de prisión. Fueron cuatro años de disgustos para el padre Pío, pues insistió ante su hermano para que retirara la demanda y no condenaran al sacerdote; no obstante, su hermano no aceptó sus consejos. Por ello, al ser condenado el padre Miscio, intercedió por él ante el rey Vittorio Emanuele III en carta del 14 de julio de 1932 para que fuera reintegrado como profesor, pues había perdido su puesto. Y, al salir de prisión, tuvo la alegría de recibirlo y abrazarlo. Ambos se hicieron buenos amigos y durante varios años el padre Miscio subía frecuentemente a visitar al padre Pío al convento para conversar con él...

TRANSVERBERACIÓN Y LLAGAS

TRANSVERBERACIÓN Y LLAGAS

Ya el 23 de enero de 1912 tuvo una transverberación como él lo cuenta en carta del 26 de agosto de 1912 al padre Agustín: El viernes pasado (23 de agostode 1912) estaba en la iglesia dando gracias después de la misa, cuando inesperadamente, de golpe, sentí que me herían el corazón con un dardo de fuego tan vivo y ardiente que creía morirme. Me faltan palabras adecuadas para hacer comprender la intensidad de esta llama, me es del todo imposible expresar esto. ¿Me lo podría creer? El alma, víctima de este consuelo, quedó muda. Me parecía como si una fuerza invisible me sumergiese todo en fuego. ¡Dios mío! ¡Qué fuego! ¡Qué dulzura! He sentido muchas veces estos transportes de amor y, durante ellos, he permanecido como fuera de este mundo, pero en otras ocasiones este fuego ha sido menos intenso. Esta vez, por el contrario, ha sido tan vehemente y tan fuerte que un instante más y mi alma se hubiera separado del cuerpo. ¡Qué cosa tan hermosa es ser víctima de amor! Pero, al presente, Jesús ha retirado su dardo de fuego, pero la herida es mortal. Este fenómeno se repite el 5 de agosto de 1918, como preludio de la estigmatización. Él lo refiere así: Estaba confesando a nuestros muchachos en la tarde del día 5 cuando, de repente, me sentí dominado por un gran terror a la vista de un personaje celeste que se me presentaba ante la vista de la inteligencia. Tenía en su mano una especie de arnés, instrumento semejante a una larga lámina de hierro con una punta muy afilada y de la punta parecía salir fuego. Ver todo esto y observar como dicho personaje lanzaba dicha lámina de hierro sobre mi alma fue todo uno. Lancé un gemido y me sentí morir. Dije al niño que se retirase, porque me sentía mal y no podía seguir confesando. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del día 7. Sentía que me arrancaban las vísceras y que todo quedaba sometido a fuego y hierro. Desde aquel día hasta ahora me siento herido de muerte. Siento en lo profundo de mi alma una herida que está siempre abierta y que me hace padecer espasmos59 . Y sigue diciendo: La herida, que está abierta, sangra y sangra siempre. Eso sólo bastaría para producirme mil y mil veces la muerte. Oh, Dios mío, ¿por qué no muero?60 . El padre Paolino, atestiguó: La herida del costado tiene forma de X, de lo que se deduce que son como dos heridas. Otra cosa que me impresionó es que la llaga tiene las apariencias de una fuerte quemadura, que no es superficial, pues llega hasta el costado61 . Sobre la estigmatización hay que decir que, desde 1910, ya sentía los dolores de las llagas, pero invisibles. Se hicieron visibles el 20 de setiembre de 1918. Al padre Benito le escribía el 22 de octubre de 1918: Era la mañana de día 20 del pasado mes de setiembre. Estaba en el coro después de la celebración de la misa, cuando me vi sorprendido por un estado de sosiego semejante a un dulce sueño… Mis sentidos internos y externos estaban en una quietud indescriptible. Se apoderó de mí una gran paz… Y, mientras ocurría esto, me vi ante un misterioso personaje, semejante a aquel que vi en la tarde del 5 de agosto. Sólo se diferenciaba en que éste tenía los pies y las manos y el costado manando sangre abundante. Su vista me llenó de terror. Nunca sabré explicarme lo que sentí en aquellos momentos. Me sentí morir y habría muerto ciertamente, si el Señor no hubiese venido a sostenerme el corazón, que parecía que se iba a salir del pecho. La presencia del personaje desapareció y, entonces, me percaté de que mis manos, pies y costado estaban traspasados y arrojaban sangre a borbotones. La herida del corazón es la que despide de continuo sangre, en especial el jueves por la tarde hasta el sábado por la mañana... Padre mío, temo morir desangrado si el Señor no oye mis gemidos… ¿Me concederá Jesús esta gracia? ¿No quitará al menos de mí esta confusión que experimento por causa de estas señales externas?62 . Al padre José Orlando le explicó lo ocurrido el 20 de setiembre: Me encontraba en el coro, dando gracias después de la misa, y sentí que poco a poco era llevado a una suavidad siempre creciente, que me hacía gozar mientras oraba; cuanto más oraba, mayor era el gozo. En un determinado momento me hirió la vista una gran luz. No me dijo nada y desapareció. Cuando me di cuenta, me encontré en el suelo, llagado. Las manos, los pies y el costado sangraban y me causaban un dolor tal que no tenía fuerzas para levantarme. A rastras me trasladé del coro del convento y me metí a la cama y recé para volver a ver a Jesús, pero después entré dentro de mí mismo, miré mis llagas y lloré, derritiéndome en himnos de acción de gracias y de petición . Las llagas del padre Pío eran circulares, como de una moneda de dos centímetros de diámetro en las manos y en los pies, en el centro de las manos y los pies. La herida del costado en forma de x, tenía un lado de 7 centímetros de largo y otro de 4 centímetros. El padre Rafael, que fue su Superior, cuenta lo que le escuchó confidencialmente: Estaba en el coro, dando gracias después de la misa, y allí en un momento de sopor y de profunda contemplación sobre Cristo crucificado, recibí las llagas en las manos, y en los pies. Del crucifijo, que estaba en el coro, transformado en un misterioso personaje cubierto de sangre, partían haces de luz con flechas y llamas que llegaron a herirme las manos y los pies, porque el costado lo tenía ya llagado desde el 5 de agosto de este mismo año64 . El padre Benito, al recibir la noticia de las llagas, se lo comunicó confidencialmente al padre general de los capuchinos en carta del 24 de abril de 1919. Pero la noticia salió al exterior y pronto dio vuelta al mundo. De modo que llegaron a visitarlo personalidades eclesiásticas y científicas importantes. A partir del 9 de mayo de 1919, ya empezaron a salir artículos en diferentes periódicos de Italia. La primera noticia salió en Il giornale d´Italia. El primer médico que lo visitó y vio sus llagas fue el doctor Luigi Romanelli, el 15 y 16 de mayo de 1919. Según él, las lesiones de las llagas no podían tener un origen natural, ya que el hecho constituía un fenómeno inexplicable para la ciencia humana. El segundo médico que lo visitó fue Amico Bignami, escéptico y racionalista, que escribió en su Relación del 26 de julio de 1919: La impresión de sinceridad que manifiesta el padre Pío me impide pensar en una simulación, pero sin aceptar que las llagas sean de carácter sobrenatural. El doctor Bignami mandó fajar y sellar las llagas en presencia de dos testigos, pensando que, después de ocho días, habrían desaparecido. Al octavo día le quitaron las vendas y salía tanta sangre, mientras él celebraba la misa, que fue preciso enviarle algunos pañuelos para que pudiera secar sus manos. Con esa prueba parece que el Señor iba en contra del juicio del doctor Bignami, el cual, si estuviese vivo, ¿qué diría del hecho de que las llagas permanecen después de 38 años?65 . El tercer médico fue el doctor Giorgio Festa que lo visitó el 9 y 10 de octubre de 1919. Volvió a visitarlo el 15 de julio de 1920. El 5 de octubre de 1925 volverá a examinarlo después de operarlo de hernia inguinal. En esa oportunidad, el padre Pío se desvaneció al llevarlo a su celda y el doctor Festa pudo examinar de nuevo las llagas, constatando que la llaga del costado aparecía fresca y rojiza en forma de cruz y con leves, pero evidentes radiaciones luminosas que salían de sus bordes66. El doctor Festa escribió un libro para probar la sobrenaturalidad de las llagas. El libro se titula: Misteri di scienza e luci di fede. Le stigmate del padre Pio da Pietrelcina, Roma, 1949 El 20 de setiembre de 1968 se celebraron los 50 años de la impresión de las llagas. No hubo ninguna solemnidad exterior fuera de una inmensa cantidad de flores, ofrecidas por sus hijos espirituales. También estaba el crucifijo delante del cual recibió las llagas, adornado y rodeado de muchas flores. El padre Pío celebró una misa sencilla, como todos los días, a las cinco de la mañana con la iglesia llena de gente. De la ciudad vino el alcalde y los concejales con muchísima gente a saludarlo.

EL DIABLO

EL DIABLO

Pero no sólo eran los dolores físicos y las calumnias lo que lo convertían en un Cristo viviente, asociado a la Pasión del Señor, sino también los asaltos del enemigo infernal a quien llamaba cosaco, barbazul o Belcebú. Se le presentaba de diferentes formas, lo golpeaba, lo tiraba de la cama, lo arrastraba por la habitación y lo tentaba de desesperación. En 1911, estando en el convento de Venafro, se le apareció el demonio en forma de gato negro y horrible. Una vez se presentaron varias jóvenes desnudas, bailando provocativamente. Otra vez le escupieron en el rostro sin aparecerse. En ocasiones lo aturdían con ruidos ensordecedores. En una oportunidad se le apareció en forma de verdugo que lo flageló. También se le presentó en forma de crucifijo o de un joven, amigo de los religiosos, que hacía poco los había visitado. Un día se apareció bajo la forma de su padre espiritual y hasta del padre provincial. Otro día se le presentó bajo la figura del Papa Pío X. Otras veces se presentaba como si fuera su ángel custodio o san Francisco o la Virgen María. A veces, era uno solo, pero otras veces eran muchos. Él los reconocía pidiéndoles que repitieran con él: ¡Viva Jesús!, que ellos no querían repetir. Casi siempre, después de estas apariciones diabólicas, se le aparecía Jesús, María o su ángel custodio51 . Algo que al diablo le disgustaba tremendamente era que el padre Agustín fuera su director espiritual. En una carta del 14 de octubre de 1912 le escribe: El diablo no quería que en la última carta le informara sobre la guerra que me hace. Como no quería escucharlo, comenzó a sugerirme: “¡Cómo agradarías a Jesús, si rompieses toda relación con tu padre espiritual! Él es muy peligroso para ti, es un objeto de gran distracción para ti. El tiempo es muy precioso y no deberías emplearlo en esta peligrosa correspondencia con tu padre, emplea ese tiempo en rezar por tu salud que está en peligro. Si sigues así, ten en cuenta que el infierno está siempre abierto para ti”. En otra carta al padre Agustín, del 18 de enero de 1912 le dice: Barbazul no se quiere dar por vencido. Ha tomado casi todas las formas. Desde hace varios días me viene a visitar junto con sus otros satélites, armados de bastones y objetos de hierro. ¡Cuántas veces me ha tirado de la cama, arrastrándome por la celda! Pero ¡paciencia! Jesús, la Mamá celeste, el angelito, san José y el padre san Francisco están casi siempre conmigo . En carta del 13 de diciembre de 1912 le dice al mismo padre Agustín: La otra noche barbazul se me ha presentado bajo la figura de un sacerdote nuestro, transmitiéndome una orden severísima del padre provincial de no escribirle más, porque es contrario a la pobreza y un grave impedimento para la perfección. Confieso mi debilidad, padre mío, lloré amargamente, creyendo que era una realidad. Y no hubiera sospechado ni lo más mínimo que era un engaño de barbazul, si mi angelito no me hubiera descubierto el engaño. El compañero de mi infancia trata de aliviar los dolores que me dan estos apóstatas impuros. Estando el padre Pío en Foggia en 1916, cuenta en sus Memorias el padre Paolino: Cada tarde, cuando los hermanos estaban en la cena, en la habitación del padre Pío, que estaba enfermo en cama, se sentían unos tremendos ruidos como si un bidón de benzina hubiera caído con todo su peso sobre el pavimento de la celda del padre Pío. Los religiosos se espantaban el oír esos tremendos ruidos, que se repetían todos los días a la misma hora. Corrían a su celda y lo encontraban en cama palidísimo, tan angustiado que no podía ni pronunciar una palabra y sudando tanto que, al quitarle la camisa, parecía que la hubieran metido y sacado de una tina con agua. Cuando llegué a Foggia y me lo contaron, no podía creerlo. Por eso, quise quedarme durante la cena en la celda del padre Pío para ver si el demonio se atrevía a hacer algo en mi presencia. Pasaba el tiempo y, viendo que no pasaba nada, le dije que iría a cenar cuando salieran los hermanos. Cuando los hermanos estaban saliendo del comedor, salí y, apenas puse el pie en el primer escalón para bajar, oí el tremendo ruido que me sacudió de la cabeza a los pies, por ser la primera vez que lo oía. Regresé aprisa a la celda y lo encontré palidísimo como siempre. Le ayudé a cambiarle la ropa y me di cuenta de que era cierto lo que me habían contado. El provincial, padre Benito, llegó a Foggia, pues los ruidos ya se repetían hacía un mes y la Comunidad estaba espantada, viviendo sobresaltada. El provincial le pidió al padre Pío que le rogara al Señor que, por el bien de la Comunidad, hiciera cesar aquellos ruidos... El Señor oyó su oración y cesaron los ruidos volviendo la calma al convento, pero no cesaron los asaltos del demonio, que escogía siempre la misma hora de la cena para atormentar al padre Pío. Por eso los hermanos, cuando después de la cena iban a visitarlo, lo encontraban en las mismas condiciones de antes: pálido, angustiado, sin fuerzas y totalmente bañado en sudor. Y esto duró muchísimo tiempo . El mismo padre Pío declaró: Una noche se me echaron varios encima y me golpearon emitiendo gritos desesperados, tirando por el aire libros, sillas, guantes… y me amenazaban y me maldecían. Desde ese día, cada día me molestan, pero no me aterrorizo… Me querían hacer entender que estaba rechazado por Dios . Un día el padre Pío bajó a confesar a los hombres a la sacristía y sólo había un hombre vestido de negro. Comenzó la confesión y se acusó de muchos pecados. No terminaba nunca. El padre Pío lo escuchaba con paciencia, pero después lo animó a hacer penitencia y a rezar el acto de contrición para no ofender más a Jesús. Pero, al oír pronunciar el nombre de Jesús, aquel hombre desapareció y una especie de temblor sacudió la sacristía. El padre Pío fue al pasillo a preguntar si habían visto salir a alguien. Pero nadie lo había visto. Entonces dijo entre sí: Era él, el monstruo de belcebú . Una tarde, dice el padre Alessio Parente: Después de haberle ayudado a meterse en la cama, me retiré a mi celda y, a los pocos minutos, sonó la campanilla. Acudí a ver qué deseaba. Me miró y se sonrió sin decir nada. A los cinco minutos, pasó lo mismo. Y así unas cuatro veces. Por fin le dije: “Déjame descansar”. Y me respondió: “Hijo mío, quédate aquí y descansa en el sillón, porque los diablos no me dejan en paz ni un minuto”

SAN GIOVANNI ROTONDO

SAN GIOVANNI ROTONDO

El padre Paolino, Superior del convento de san Giovanni Rotondo, visitando el convento de Foggia, invitó al padre Pío a pasar unos días de descanso en su convento de san Giovanni Rotondo. El padre Pío llegó el 28 de julio de 1916. Los días que permaneció estuvo bien de salud. Visto lo cual, el padre provincial, padre Benito, su director espiritual, le pidió que permaneciera allí de modo provisional, pero el Señor lo quería allí para siempre y allí se quedó hasta el fin de sus días. Le encomendaron la dirección espiritual de los fratrini, unos 30 estudiantes de 11 a 16 años que aspiraban a la vida religiosa. A ellos los confesaba y les daba charlas espirituales. Uno de ellos recordaba: Un día salimos de paseo y, al llegar a un lugar de descanso, nos reunimos con el padre Pío para que nos contara alguna anécdota, pero aquel día el padre estaba triste. En un cierto momento estalló en llanto y dijo: “Uno de vosotros me ha traspasado el corazón”. Sentimos una gran curiosidad sobre qué había pasado. Entonces él, muy serio, nos dijo: “Esta mañana uno de vosotros ha hecho una comunión sacrílega. Y yo mismo se la he dado durante la misa conventual”. Ante esas palabras, uno de nosotros cayó de rodillas y, llorando, dijo: “He sido yo”. El padre lo hizo levantar y nos hizo alejar para hablar a solas con él. Lo confesó y continuamos el paseo48 . El padre Emilio de Matrice contaba que en el año 1916, siendo estudiante en el convento de san Giovanni Rotondo, el padre Pío era director espiritual de los colegiales y dormía en una habitación junto al dormitorio de ellos. Una noche le oí repetir: “Madre mía, Virgen María, ayúdame”. Oía carcajadas horribles, ruidos de hierros que se retorcían y cadenas que se arrastraban por el suelo. Yo estaba casi sin respirar de miedo. A la mañana siguiente vi que los hierros que sostenían las cortinas de su cama estaban retorcidos en tierra y el padre Pío estaba con un ojo hinchado y sentado en una silla. Yo le dije: “Padre, padre, ¿qué ha pasado esta noche?”. Él me dijo que debía estar callado y que fuera a llamar al padre Paolino que dormía en otra celda. Todos los colegiales querían saber qué había pasado al padre Pío. Un día, ante nuestra insistencia, nos reveló el secreto. Declaró: “¿Queréis saber por qué el demonio me dio unos buenos bastonazos? Por defender como padre espiritual a uno de vosotros. Estaba con una fuerte tentación contra la pureza y, mientras invocaba a la Virgen, me pedía ayuda también a mí. Inmediatamente, corrí en su ayuda, rezando el rosario y hemos vencido. El joven tentado se libró de la tentación y se durmió hasta la mañana, mientras yo continué la lucha. Fui golpeado, pero gané la batalla”. Desde aquel día, antes de acostarnos, rezábamos todos tres avemarías a la Virgen para que guardara nuestra pureza49 . Otro suceso lo refiere el padre Jacinto D´Addario en sus Testimonios sobre el padre Pío: Un día estaba yo triste, porque no recibía noticias de mi casa. El padre Pío se me acercó y me dijo: “No te preocupes, quédate tranquilo, están todos bien y ahora recibirás una carta”. Algunos minutos después, llegó fray León con la correspondencia y me entregó una carta de la familia50 . A la vez que era director de los estudiantes, la gente del pueblo comenzó a visitarlo y a confesarse con él. Así se formó un grupo de unas 30 mujeres que eran sus hijas espirituales y a quienes también daba charlas espirituales.

LLAMADO A LAS FILAS

LLAMADO A FILAS

Corría el año 1915, en plena guerra mundial. Italia estaba en guerra contra Austria. El padre Pío tuvo que presentarse el 6 de noviembre de 1915 al centro de reclutamiento de Benevento para ir a la guerra. Se presentó en el cuartel y el capitán médico le diagnosticó tuberculosis, enviándolo al hospital militar de Caserta. Estuvo allí 10 días, ya que el coronel médico que lo volvió a examinar, lo declaró apto para el servicio. El 5 de diciembre recibió órdenes de presentarse en la décima compañía de sanidad de Nápoles. Al llegar, pidió que lo examinara un médico, quien lo dispensó de llevar el uniforme militar y le permitió alojarse en el exterior. El 17 una comisión de médicos lo examinó de nuevo y le concedió un permiso extraordinario de un año para restablecerse por tener una infiltración en los pulmones. Tuvo que regresar a su pueblo. El 16 de diciembre de 1916 se le acabó el permiso y tuvo que presentarse al cuartel de Nápoles. Otra vez lo examinaron y le concedieron otros seis meses de convalecencia. El 20 de agosto de 1917 tuvo que pasar otra revisión médico-militar y, a los pocos días, el coronel médico lo declaró apto para servicios internos. Durante algunas semanas tuvo que conocer la vida del cuartel y los ejercicios de instrucción militar superficial. Metido en su uniforme militar, hacía guardias, barría el cuartel, llevando recados y obedeciendo a sus Superiores. Pero esta vida le resultaba muy pesada para su espíritu por las blasfemias de sus compañeros y por sus malas costumbres. Además no podía celebrar la misa y su salud empeoraba cada día hasta llegar a vomitar sangre. Desde Nápoles escribía el 26 de agosto de 1917 al padre Benito, su director: Estoy extremadamente desconsolado por no poder celebrar la misa. Falta capilla y no tengo permiso de salir fuera. ¡Qué desolación! Ojalá que el Señor pueda sacarme de esta cárcel tenebrosa. En otra carta al mismo padre Benito del 4 de setiembre, le dice: Todo mi cuerpo es un cuerpo patológico: catarro bronquial difuso, aspecto esquelético, nutrición mezquina y así todo. Se sentía tan mal que pensaba que moriría. El 19 de setiembre de 1917 le escribe: ¿Me librará el Señor de la vida militar? ¿Moriré en el convento o en el cuartel? Por fin, después de 147 días de vida militar, fue liberado. Así se lo escribe al padre Benito en carta del 15 de marzo de 1918: Estoy superlativamente alegre, la gracia de Dios me ha liberado completamente de la vida militar. No veo la hora de partir, pues estoy lleno de piojos hasta en los cabellos. Sin embargo, también reconoce que, a pesar de tanto sufrimiento por sus enfermedades, especialmente en el cuartel, donde no podía ni celebrar la misa, su estadía en la vida militar había sido más provechosa que un retiro espiritual y había ofrecido sus dolores por su patria. No se desentendía de los avatares de la guerra. El 24 de agosto de 1917 tuvo lugar la gran derrota de los italianos en Caporetto donde murieron 40.000 hombres, fueron heridos 90.000 y hechos prisioneros 300.000. El general en jefe del ejército italiano, general Cardona, fue sustituido por el general Armando Díaz y, no soportando la deshonra de la derrota, desesperado y deprimido, quiso suicidarse. Una noche había dado orden al centinela de no hacer pasar a nadie, pues no quería que lo perturbasen. Llovía y los truenos se alternaban con el estallido de los cañones austriacos y los relámpagos lucían en la oscuridad. El general se decidió, tomó una pistola de su cajón y quiso quitarse la vida. Pero en ese preciso instante vio delante de sí la figura de un fraile y sintió un extraño perfume de rosas y violetas. Antes de preguntarle quién era y quién le había hecho entrar, se sintió abrazar por él y oyó una voz que le hablaba en nombre de Dios y le invitaba a tener coraje y a dejar el arma. El general Cardona, arrepentido de su debilidad, quiso hablar con el fraile, pero desapareció.El comandante pensó continuamente en ese fraile. Terminada la guerra, vio su foto en un periódico y supo que se llamaba Pío. No perdió el tiempo y se precipitó a san Giovanni Rotondo, donde lo reconoció y esperó que pasara ante él. Cuando el padre Pío estuvo cerca, le dijo: General, cómo te libraste aquella noche.---

SU CARACTER

SU CARÁCTER-

El padre Pío medía 1.66 m. de estatura, pesaba unos 83 kilos y tenía unos ojos vivos y brillantes. Era muy sensible a las atenciones que le hacían los demás. Intuía a distancia sus deseos y trataba de darles contento en la medida de sus posibilidades. Hasta el perrito del convento se sentía feliz a su lado. Si encontraba abierta la puerta que daba al huerto, entraba al convento y se iba a la celda del padre Pío. Percibía perfectamente por el olfato si el padre estaba dentro, raspaba entonces con sus patas la puerta, gruñía y no cesaba de llamar hasta que el padre Pío le abría. Y no se iba de allí hasta que lo acariciaba cariñosamente y le advertía: Bien, bien, ya basta, ahora vete. El padre Pellegrino escribió en sus Testimonios: No es fácil expresar con palabras el sentido de la bondad y de la humanidad que brillaba en sus ojos tan luminosos44 . También tenía mucho sentido del humor y contaba anécdotas y chistes ocurrentes para alegrar a los hermanos. Cuando le pedían que les contara algún hecho interesante, les preguntaba: ¿Quieren de primera, de segunda o de tercera categoría? Un día estaba conversando con algunas personas y se le acercaron dos médicos. Dijo: ¿Saben cómo está un enfermo entre dos médicos? Como un ratón entre dos gatos. A un impertinente que le preguntaba: ¿Por qué yo no amo a Jesús como usted?, le respondió: ¿Y por qué no lo amo yo como tú? A un visitante, que se declaraba pecador y lo tenía sujeto por los pies, le tuvo que decir: Porque tú seas pecador, ¿me vas a comer a mí los pies? Un día lo visitó el presidente del Consejo de ministros de Italia, don Antonio Segni. Era el 22 de noviembre de 1959. Llegó acompañado de un brillante cortejo y todo lo hacían con mucho protocolo. Al presentarle a uno de ellos le dicen: El señor Russo. Y él, tratando de cortar la seriedad, dice: Señor presidente, ¿por qué me ha traído sólo un ruso? ¿Por qué no me ha traído todos los rusos que ha podido? Esto rompió la etiqueta y todos se rieron complacidos. Y, sin embargo, a pesar de su dulzura y amabilidad en el trato normal, cuando estaba confesando y se trataba de la salvación de las almas, era muy exigente y no aceptaba componendas. A veces manifestaba su carácter fuerte, cuando algunas personas se le echaban encima para abrazarlo o besarle las manos sin consideración e incluso cuando querían robarle algún objeto personal como reliquia. Algunos hasta llegaron a cortarle pedacitos de su hábito. En esos momentos, gritaba para que lo dejaran pasar y no andaba con miramientos. En el confesonario rechazaba también sin contemplaciones a las mujeres que iban con minifalda e incluso con vestidos cortos o sin mangas. Y como veía el corazón de las personas y quería su bien, a muchos los mandaba retirarse del confesonario hasta que se prepararan mejor o cambiaran de vida. Al padre Carmelo, su Superior, le manifestó en una ocasión que él también sufría al rechazarlos, pero añadió: Yo trato a las almas según se lo merecen delante de Dios. Al padre Tarsicio de Cervinara le declaró: Yo amo a las almas como amo a Dios. Por eso, no podía ser débil con los pecados de los penitentes y los corregía con fuerza. Especialmente luchaba mucho contra los pecados del aborto, del adulterio, de faltar a misa los domingos, la indecencia en el vestir, la blasfemia o los pecados contra la eucaristía45 . Sobre la blasfemia se cuenta de él un caso cuando, siendo joven sacerdote y estando en su pueblo, iba un día por un camino bordeado de arbustos y escuchó a un campesino decir una blasfemia contra la Santísima Virgen. Quedó consternado e indignado. Se acercó al blasfemo y le dio una bofetada. Al preguntarle el interesado que por qué lo hacía, le respondió: - ¿No ves que te faltaba poco para volver a blasfemar?

LOS VOTOS

LOS VOTOS

 El padre Pío fue un religioso auténtico que guardó con perfección los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Tenía costumbre de hacer una inclinación de cabeza cada vez que encontraba al Superior, como reverencia hacia él. Cuando estaba enfermo y le mandaban tomar medicinas, las tomaba por obediencia, aunque supiera que le iban a hacer daño. A quien se lo hacía notar, respondía: “La santa obediencia lo quiere así”33 . Y solía decir: Quien obedece, no se equivoca. La obediencia es madre y custodio de toda la virtud. La obediencia da seguridad perfecta. La obediencia transforma toda ocupación en virtud. Quien obedece, nunca pierde y siempre gana34 . El padre Plácido Bux, compañero del padre Pío en el noviciado, declaró que unos meses después de la aparición de las llagas, le pidió al provincial, autorización para sacarle unas fotografías con las manos desnudas (sin guantes). Llegó a san Giovanni Rotondo y le ordenó al padre Pío quitarse los guantes y cruzar las manos sobre el pecho. El padre Pío le dijo: Plácido, ¿bromeas o estás loco? Si quieres fotografiarme, hazlo pronto, pero no me quito los guantes. El padre Plácido le recordó que venía con autorización del padre provincial y obedeció, aunque con disgusto, inclinando la cabeza. De esta fotografía se han hecho miles de copias donde se ven nítidamente las llagas en el centro de las manos En cuanto a la pobreza, siempre la vivió en plenitud. En su habitación nunca tuvo lujos, sino lo estrictamente necesario o lo que le ordenaba el Superior. Hasta 1935 tuvo en su celda un colchón de paja, pero el Superior le obligó a cambiarlo por otro mejor. Y así en otras cosas. Un día el señor Capetta quiso regalarle una pluma Parker, pero la rechazó, diciéndole que no era apropiada para un capuchino. En cuanto a la comida era muy parco. El padre Rafael, su Superior, dice que en el año 1926 en que el padre Pío era director espiritual de los estudiantes: Casi no comía, parecía un pajarito. Un bocado de pasta, alguna tajada de patatas, algún pedacito de pescado, un bocado de pan y nada más. Cuando había terminado, yo les pasaba sus platos a los colegiales que tenían más necesidad. Y entonces él inclinaba la cabeza sin mirar a nadie y rezaba el rosario. Y así todos los días36 . Fray Modestino declaró: Un día lo observé en el comedor y, al terminar de comer, recogió las migas de pan con el índice de la mano derecha y se las llevaba a la boca. Parecía estar purificando la patena sobre el altar37 . El padre Agustín, en su Diario, escribe el 17 de febrero de 1946: El padre Pío come poquísimo, apenas unos veinte gramos de alimento cada 24 horas y, sin embargo, no baja de peso, soportando como si nada el trabajo del confesionario durante muchas horas. Parece que su vida sea un milagro viviente y constante. Algún día ha quedado en cama con fiebre alta, pero, al día siguiente, se ha levantado para celebrar la misa y confesar como si nada hubiera sufrido38 . En los últimos años de su vida, tomaba por la mañana, después de la acción de gracias de la misa, una tacita de café en la que echaban alguna vitamina. Pero, durante muchos años, sólo comió al mediodía. Normalmente nunca comía chocolate o dulces, helado o fruta. Si tomaba alguna menta, era para refrescar la garganta. A veces tomaba un poco de vino blanco. En los últimos años, también en la cena tomaba un poco de queso fresco, pero nunca se acostumbró a echar sal a la comida. Con relación a la pureza, fue siempre muy estricto. ¡Y pensar que fue esta virtud la que más atacaron sus perseguidores! El padre Agustín, su director espiritual, pudo decir: Estoy dispuesto a jurar que ha conservado hasta ahora su virginidad y no ha pecado contra esta angélica virtud ni siquiera venialmente39 . El padre Adriano Leggieri, que lo conoció desde niño, aseguró que se transparentaba en toda su persona la virtud de la pureza. Su mirada, aunque estuviera con gente, parecía ausente, absorto en Dios 40 . El padre Miguel Colasanto dice que parecía un ángel de carne por su pureza. Su rostro parecía el de un niño inocente. El padre Rómulo Pennisi, que era de su edad, aseguraba que había conservado la inocencia bautismal41 . El padre Honorato Marcucci afirma que era muy reservado y cuidadoso de su pureza. Cuando era anciano y yo debía hacerle la limpieza incluso de las partes más delicadas, él repetía constantemente jaculatorias como “Dios mío, ayúdame”, “Madre mía, ayúdame”42 . El padre Amadeo Fabrocini refiere: Nunca he visto en él un gesto indecoroso. Sus modales estaban siempre llenos de modestia. Jamás se ha arremangado los brazos o descubierto parte de su cuerpo ni aun en los días más calurosos43 . Él mismo decía que no había besado nunca a una mujer ni siquiera a su propia madre.

SACERDOCIO

SACERDOCIO

Los Superiores, pensando que no viviría mucho, dado su grave estado de salud, obtuvieron una dispensa de nueve meses sobre la edad canónica, que era de 24 años, y fue ordenado sacerdote a los 23 años en la catedral de Benevento, en la capilla de los canónigos, el 10 de agosto de 1910. Ese día de su ordenación sacerdotal renovó su ofrecimiento de víctima por la salvación del mundo27 . Los Superiores le obsequiaron un cáliz y ornamentos propios para su uso personal, a fin de no contagiar a otros sacerdotes. Dos años más tarde, el 9 de agosto de 1912, escribía al padre Agustín: Mi pensamiento vuela al hermoso día de mi ordenación sacerdotal. He comenzado a gozar de nuevo la alegría de aquel día sagrado para mí. Desde esta mañana he disfrutado del gozo del paraíso. ¿Qué será cuando lo gustemos eternamente? El día de san Lorenzo (de 1910) fue el día en que mi corazón estuvo más encendido de amor por Jesús. ¡Qué feliz fui y cuánto gocé aquel día! El 4 de agosto celebró su primera misa solemne en Pietrelcina. El 17 de agosto le escribe a su director el padre Benito: Por varios días he estado un poco enfermo a causa de la demasiada emoción de estos días. Mi corazón está rebosante de alegría y desea cada vez con más fuerza tener alguna aflicción para ofrecérsela a Jesús28 . Después de su ordenación sacerdotal tuvo que permanecer varios meses en su pueblo por causa de su enfermedad. Los Superiores, viendo que su enfermedad iba para largo y que no podía cumplir sus deberes religiosos, ya que, cuando lo enviaban a un convento, se enfermaba más gravemente, pensaron seriamente en pedir para él la salida de la Orden para que fuera sólo sacerdote diocesano. El general de la Orden se lo comunicó. Esto le hizo sufrir mucho, pues quería vivir y morir como fraile capuchino. En un éxtasis de 1911 se lamentaba con su padre san Francisco y le decía: “Padre mío, ¿ahora me sacas de la Orden? Por caridad, mejor hazme morir”. Pero el padre san Francisco le reveló que permanecería en su casa con el hábito, sin salir de la Orden hasta que el Señor dispusiera otra cosa29 . Felizmente, el general de la Orden reconsideró la decisión y pidió a Roma solamente el permiso para permanecer fuera de la Orden, siendo capuchino. Así obtuvo permiso de 1911 a 1914. De hecho, estaría en su pueblo hasta 1916. En ese tiempo hubiera deseado ayudar al párroco en las confesiones; pero, a pesar de pedir insistentemente al padre provincial que le obtuviera el permiso para confesar, se lo negó, diciendo que estaba enfermo y que, si estuviera sano, no estaría en su casa. El padre Tarsicio dice que durante los años 1910-1916, que el padre Pío permaneció en su pueblo de Pietrelcina, daba catecismo a los niños y preparaba los cantos para el mes de mayo y la Semana Santa, ya que tenía una bella voz. Celebraba la misa hacia las cinco y media de la mañana durante una hora y media. Cuando estaba en éxtasis durante la misa o en otras horas del día, volvía en sí cuando el arcipreste Salvatore Pannullo se lo pedía mentalmente. Todo esto me lo ha confiado su sobrina Graziella . Dice el padre Agustín, su director espiritual: En Pietrelcina sólo sabía algo de los fenómenos sobrenaturales del padre Pío, el arcipreste Pannullo, pues yo le informé, dado que el padre Pío debía confesarse con él mientras estaba en el pueblo. Ya entonces la gente lo consideraba un santo. Una vez, una persona me dijo: “Si usted nos lo quita, le rompemos la cara”. Y en una ocasión me amenazaron de verdad31 . Un día, después de la misa, el padre Pío se fue a dar gracias detrás del altar y cayó desvanecido. A mediodía todavía no despertaba. El sacristán lo vio en tierra como muerto y corrió a decírselo al arcipreste, quien le dijo que no se preocupara que ya “resucitaría”. Fue a la iglesia y dijo: “Padre Pío, vuelve en ti”, y así lo despertó. El padre Pío preguntó: - ¿Qué hora es? - Ya es pasado el mediodía. - ¿Me ha visto alguien? - No, no te ha visto nadie. El padre Pío se frotó los ojos y salió. Esto lo contaba Rosina Panullo, sobrina del arcipreste32 . El 17 de febrero de 1916 los Superiores intentaron de nuevo enviarlo al convento de Foggia y allí estuvo siete meses en el convento de santa Ana. El mismo día de su llegada fue a visitar a su hija espiritual, la señorita Raffaelina Cerase, que estaba muy grave.

NOVICIADO

NOVICIADO-

  Partió con el maestro Caccavo y otros dos niños del pueblo. Al llegar a Marcone lo recibió fray Camilo, quien lo abrazó con simpatía y alegría, diciéndole: Bravo, Francesco, has sido fiel a la promesa y a la llamada de san Francisco22 . El 22 de enero de 1903 vistió el hábito de novicio capuchino, llamándose Pío de Pietrelcina. Su mayor mortificación la tenía en el comedor, pues comía poquísimo y debía dar cuenta al padre maestro o al guardián (Superior), si dejaba algo y porqué. En ese tiempo estaba flaco, pero saludable. Cuando hacía la oración en común lo hacía sobre la Pasión del Señor, lo que le hacía llorar, dejando sobre el pavimento un pequeño charco de agua. Por ello, tuvo que poner un pañuelo en el suelo para que así no se viera el agua 23 . Su profesión religiosa de votos temporales, por tres años, fue el 22 de enero de 1904. Para ese acontecimiento llegó su madre, su hermano mayor, Miguel, y su tío Ángel Antonio. Su madre lo abrazó después de la ceremonia y le dijo: Hijo mío, ahora sí que eres todo un hijo de san Francisco. El día 25, acompañado del padre Pío de Benevento, fray Pío y fray Anastasio partieron hacia el convento de sant´Elia a Pianisi para continuar sus estudios.  En el mes de setiembre de 1905, estaba una noche orando en su celda y sentía en la habitación de al lado un ruido como si fray Anastasio estuviese dando vueltas por no poder dormir. Después de un rato, se asomó a la ventana y, al decir: ¡Fray Anastasio!, vio un gran macho cabrío del que sobresalía medio cuerpo, pero que al momento se lanzó fuera, sobre el techo de la leñera, y desapareció. Al día siguiente, le preguntó a fray Anastasio qué había pasado en su habitación. Él, sorprendido, le respondió que hacía más de un mes que ya no dormía en aquella habitación. Entonces, fray Pío se convenció de que aquella horrible bestia había sido el demonio bajo la figura de un macho cabrío24 . Otro día, estando ya en Montefusco, salieron los estudiantes de paseo hacia una zona cercana al convento en que había arboles llenos de castañas. Fray Pío llenó un saquito de ellas y se las envió a su tía Daría como reconocimiento por el bien que le había hecho cuando era niño, pues lo había hecho dormir en su casa y lo había tratado como a un hijo. Ella tiró las castañas y conservó el saquito. Pasado el tiempo, el día en que se casaba su última hija, fue a buscar algo en una caja donde los hijos y el marido guardaban pólvora. Tenía en la mano una lámpara de aceite encendida y se desprendió una chispa. La pólvora explotó y su rostro quedó negro como un paño negro. Tía Daría, acordándose del saquito de fray Pío, se lo envolvió en la cara y su cara quedó normal. Este hecho lo contó la misma protagonista, cuando en 1918 llegó a Pietrelcina la noticia de las llagas del padre Pío25. Algunos han considerado este caso como el primer milagro del padre Pío. El 27 de enero de 1907, en el convento de sant´Elia a Pianisi, emitió sus votos perpetuos. En octubre de ese año partió con sus compañeros a san Marco la Catola para estudiar filosofía. Allí encontró al padre Benito de san Marco in Lamis y al padre Agustín de san Marco in Lamis, que serían sus directores espirituales y a quienes escribió desde otros conventos muchas de sus cartas. Durante sus años de estudiante de filosofía y teología, los superiores tuvieron que enviarlo varias veces a su pueblo, porque los médicos le habían diagnosticado tuberculosis pulmonar y querían evitarle observar la severa regla capuchina, además de evitar el posible contagio a sus compañeros. El año 1908 se enfermó gravemente con mucha fiebre, fuertes dolores en los pulmones y vómitos de sangre, que no le permitían tomar ni siquiera una cucharada de alimento durante días. Los médicos estaban desconcertados, pues la fiebre había días que le subía hasta el límite del termómetro y desaparecía sin explicación posible. Sin embargo, fray Pío había manifestado claramente a sus Superiores: Mi enfermedad, por una gracia especial de Dios, no se contagia26 . Durante su estancia en el pueblo para respirar aire más sano y puro, seguía avanzando en sus estudios y los sacerdotes del pueblo le daban clases particulares. De modo que el 18 de julio de 1909 pudo ser ordenado diácono por Monseñor Benedetto, obispo de Termopoli. Y después continuó estudiando teología y liturgia con don Salvatore Pannullo, párroco de Pietrelcina.

VIDA RELIGIOSA

VIDA RELIGIOSA

LA VOCACIÓN

 Desde muy niño sintió Francesco inclinación a la vida de piedad y se entregó totalmente a Dios. Por ello, pensó en dedicarle su vida como religioso. Pero ¿por qué escogió ser capuchino y no otra Orden religiosa? Durante su infancia llegaba de vez en cuando a Pietrelcina el hermano capuchino Camillo da Sant´Elia a Pianisi, con su larga barba, con la sonrisa a flor de labios y amigable con todos. Siempre tenía imagencitas, medallas, castañas, nueces etc., para los niños. Francesco lo observaba, lo escuchaba y lo seguía. En su mente estaba constantemente presente su figura y, por eso, cuando a los 16 años quiso dejar el mundo, pensó hacerse capuchino como fray Camilo. Su tío Pellegrino prefería que fuera a otro convento, porque decía que los capuchinos estaban muy flacos y hacían mucha penitencia, pero Francesco no quería saber nada de otras Órdenes. El padre Pío, siendo ya anciano, decía: La barba de fray Camilo se había quedado fija en mi cabeza y nadie me la pudo quitar de la mente17 . Además Dios lo había escogido para una misión especial en el mundo y se lo manifestó por medio de una visión, que él cuenta en tercera persona. Cierto día, mientras estaba meditando en el problema de su vocación y sobre cómo podría hacer para dar el adiós definitivo al mundo y dedicarse todo a Dios, su alma fue arrebatada y llegó a ver con los ojos de la inteligencia objetos diferentes de los que se ven con los ojos del cuerpo. Vio a su lado un hombre de presencia majestuosa, de extraordinaria belleza y esplendente como el sol. Lo tomó a él de la mano y le dijo: “Ven conmigo, porque tienes que combatir como un guerrero valiente”. Lo condujo después a un campo extensísimo donde había una gran multitud de hombres. Eran dos ejércitos colocados frente a frente. De una parte había hombres de rostros bellísimos, vestidos con vestiduras blancas; y de otra, hombres de aspecto horrible, vestidos de negro y que aparecían como sombras oscuras. Entre unos y otros había un gran espacio y he aquí que el guía lo coloca en medio de ellos. Entonces ve cómo se aproxima un hombre de extraordinaria estatura, tan alto que parece tocar con su frente las mismas nubes, de rostro feísimo. El personaje luminoso le advierte que debe combatir con ese terrible monstruo, pero él sintió un pavor indecible. Entonces oyó que le dijo: “Es inútil toda resistencia. Tienes que luchar con él. Avanza valerosamente, yo estaré junto a ti. Yo te ayudaré. ¡No permitiré que te derrote! Como premio de la victoria te regalaré una espléndida corona”. Fue aceptado el combate. El choque fue espantoso, terrible; pero, al fin, con la ayuda del guía luminoso, lo derrotó y lo puso en vergonzosa huida. El monstruo, rabioso, se refugió detrás de la multitud de hombres de horrible aspecto. La otra muchedumbre de hombres de hermoso aspecto explotó en aplausos y gritos de júbilo. Y le pusieron una espléndida corona sobre la cabeza, pero le fue mandada quitar por el personaje luminoso mientras le decía: “Tengo reservada para ti otra mucho más hermosa, si consigues luchar siempre bien contra este perverso personaje contra el que has combatido hoy. Ten presente que ha de volver una y otra vez al asalto. Combate valerosamente y no dudes nunca de mi ayuda18 . El significado de esta visión lo entendió mejor cinco días antes de su partida para el noviciado. Era el 1 de enero de 1903. Su alma se vio envuelta en una luz interior muy intensa. Penetrado de esa luz purísima, comprendió de forma clarísima que la entrada al convento para dedicarse al servicio del celestial Rey, implicaba exponerse a la lucha contra aquel hombre monstruo del infierno con el que había trabado una dura batalla en la visión anterior19 . Esta visión fortaleció su alma para dejar el mundo y entregarse a Dios. La última noche de su estancia en el pueblo, antes de partir al convento, tuvo otra visión: Vio a Jesús y María que, con toda su majestad, lo animaron y le aseguraron su protección. Jesús posó su mano sobre su cabeza y esto lo hizo fuerte para no derramar ni una lágrima al despedirse, a pesar de su profunda tristeza20 . El día en que Francesco debía irse al convento, se quedó en la iglesia a rezar. Al ir a su casa, encontró mucha gente que acompañaba a su madre. Al ir a abrazarla, ella se desvaneció y, al volver en sí, le dijo: “Hijo mío, perdóname. Siento que se me destroza el corazón, pero san Francisco te llama y tú debes irte”. Sacó del bolsillo un rosario y se lo dio, diciéndole: “Tómalo, te hará compañía en mi lugar”. El padre Pío, cada vez que contaba este episodio, se conmovía hasta las lágrimas21 . El 6 de enero de 1903 partió para el convento de Marcone-

INFANCIA Y ADOLECENCIA

INFANCIA Y ADOLESCENCIA


Nació Francesco Forgione di Nunzio, nuestro santo, el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina y fue bautizado al día siguiente en la iglesia de santa Ana por el padre Nicolantino Orlando. Le pusieron por nombre Francesco por la devoción que su madre tenía al santo de Asís. Siendo de pocos meses de nacido, una noche puso nervioso a su padre, que estaba cansado del trabajo del día y no podía dormir por los gritos del niño. Tomó a Francesco y lo tiró sobre la cama, diciendo: ¡Ni que me hubiese nacido un diablo en vez de un cristiano! Mamma Peppa reprendió al papá, mientras recogía ansiosa al niño que de la cama se había caído al suelo. Pero no se había hecho nada. Lo cierto es que muchos años más tarde papá Grazio aseguraba que, desde ese día, nunca más molestó durante la noche3 . El padre Clemente de santa María in Punta manifiesta que, según le dijo la mamá del padre Pío: Obedecía siempre a sus padres. Por la mañana y por la tarde iba a hacer una visita a Jesús y a la Virgen a la iglesia. Alguna vez le decía  su madre: Francisco, ¿por qué no vas a jugar con los otros niños? Pero él no quería, porque blasfemaban y evitaba la compañía de los que mentían o tenían malas costumbres4 . El padre Agustín de san Marco in Lamis, su director espiritual, afirma en su “Diario”: Los éxtasis y apariciones comenzaron a sus cinco años, cuando tuvo el pensamiento de consagrarse para siempre al Señor y fueron continuos. Interrogado de por qué los había ocultado tanto tiempo respondió que creía que eran cosas normales que sucedían a todos. Por ello un día me preguntó: “¿Y usted no ve a la Virgen?”. Y al decirle que no, añadió: “Lo dice por humildad”5 . Su otro director, el padre Benito de San Marco in Lamis afirma: A los cinco años sintió necesidad de entregarse totalmente al Señor... Se le apareció en el altar mayor el Corazón de Jesús, le hizo señas de acercarse y le puso la mano sobre su cabeza para manifestarle su contento por su consagración. Y el pequeño Francesco sintió el firme propósito de entregarse a Él y amarlo totalmente6 . Las vejaciones diabólicas comenzaron también a sus cinco años bajo formas obscenas, humanas y sobre todo bestiales. Decía el padre Pío: “Mi madre apagaba la luz por la noche y se ponían a mi lado muchos monstruos y yo lloraba. Encendía la luz y yo callaba, porque los monstruos desaparecían. De nuevo la apagaba y de nuevo me ponía a llorar por los monstruos”. Don Nicolás Carusa añade: “Más de una vez Francesco me decía, cuando venía a la escuela, que, al volver a casa, encontraba en el umbral un hombre vestido de sotana que no le quería dejar pasar. Francesco se detenía, venía un niño descalzo, hacía la señal de la cruz y el de sotana desaparecía. Entonces, Francesco entraba en la casa”7 . A los seis años sus padres le encomendaron dos ovejas para llevarlas a pastar. Con ellas se iba cada día a Piana Romana, donde poseían un pequeño terrenito. Allí jugaba con su amigo Luigi Orlando, otro pastorcito, o se dedicaba a la oración. El padre Tarsicio Zullo refiere que su padre lo llevó cuando tenía unos ocho años al santuario de san Pellegrino a Altavilla Irpina. Allí vio a una madre que rezaba por su hijo deforme, que llevaba en brazos, pidiendo a san Pellegrino que se lo curase. El pequeño Francesco Forgione quedó conmovido de la fe de la señora y de sus lágrimas. Él mismo se unió a la madre para pedir la curación. Su padre quería sacarlo de la iglesia y él le pedía que le dejara un momento más. A un cierto momento, la madre le dijo a san Pellegrino: “Si no me escuchas, tómalo”. Y lo dejó sobre el altar. Apenas el niño deforme tocó el altar, quedó curado. La multitud se emocionó y casi se aplastan unos a otros por el entusiasmo del milagro. El padre Pío contaba que su padre se preocupó de que le pasara algo ante la avalancha de gente. Sus paisanos de Pietrelcina, muchos años después, recordaban este suceso diciendo: “¿No habrá sido éste el primer milagro hecho por el padre Pío?”8 . Amaba la soledad y entre los nueve y once años se hacía cerrar en la iglesia por el sacristán, fijando con él la hora en que debía irle a abrir, pero sin decirle nada a nadie9 . El padre Marcelino Iasenzaniro declaró: Teniendo unos diez años, el niño Francesco fue enviado a “Piana Romana”. El tío Pellegrino le dio un dinero para que le comprara un cigarro y una caja de fósforos. Al regresar de la tienda, Francesco quiso saber a qué sabía el cigarro. Encendió el cigarro y aspiró una bocanada. De pronto, se encontró con que se le revolvió el estómago y se mareaba. Al llegar donde su tío, le contó con sinceridad lo que le había pasado y, desde entonces, puso una barrera entre él y el humo10 . A esa misma edad cayó gravemente enfermo, debiendo guardar cama más de un mes. Su madre, preocupada, rezaba a la patrona de Pietrelcina, la Virgen de la Libera. Como estaban en tiempo de la siega, su madre preparó un plato de pimientos para los trabajadores. El padre Pío recordaba: Sentí el olor de los pimientos y se me abrió el apetito. Mi madre se fue con la mitad de los pimientos y dejó la otra mitad en casa. Me levanté, y me comí todos los pimientos que había dejado mi madre y me quedé profundamente dormido. Al regresar mi madre, me encontró todavía durmiendo, la cara roja y empapado de sudor. Los pimientos habían hecho de somnífero y poco después de purga. Al día siguiente estaba restablecido y con salud11 . Un día su madre oyó ruidos y vio que se daba latigazos con una cadena de hierro. Le preguntó: “¿Por qué lo haces, hijo mío? La cadena te hace mal”. Y él respondió: “Me debo golpear como los judíos golpearon a Jesús hasta hacerle salir sangre, pero yo no quiero que me salga sangre”. La pobre madre sufría y, cuando sentía que su hijo se daba golpes, se alejaba con lágrimas en los ojos12 . Un día el padre Orlando Giuseppe tuvo que reprenderlo por desobedecer a su madre que le preparaba la cama por las tardes y él prefería dormir en el suelo, teniendo una piedra por almohada13 . Teniendo diez años y después de haber estudiado algo con el profesor Cosimo Scocca y Mandato Saginario, sus padres lo encomendaron a Domenico Tizzani, que había sido sacerdote. Estaba casado, tenía una hija y le cobraba cinco liras al mes. Siendo ya sacerdote, el padre Pío tuvo la alegría de reconciliar con la iglesia a su maestro Tizzani y confesarlo antes de morir. Cada vez que recordaba este episodio, levantaba los ojos al cielo y se emocionaba hasta no poder casi hablar, mientras imploraba la divina misericordia14 . En la escuela todos lo reconocían como un alumno serio y piadoso. Un día sus compañeros de clase quisieron hacerle una mala jugada. Le pidieron a una compañera que le escribiera una carta de amor. Sus compañeros se la pusieron a él en el bolsillo y le manifestaron al maestro que estaba enamorando a su compañera y que en el bolsillo tenía una carta de amor. El maestro lo registró y la encontró, pegándole una buena tunda. Al día siguiente, la misma compañera, arrepentida, aclaró las cosas. Otro compañero, por envidia de que Francesco, como acólito, era bien considerado por el párroco y los otros sacerdotes, escribió una carta anónima en la que decía que cortejaba a la hija del jefe de estación del pueblo, una jovencita que raramente iba a la iglesia y que Francesco ni la conocía apenas. El párroco lo reprendió y le prohibió ayudar en la misa. Después de las investigaciones correspondientes, el acusador tuvo que admitir que él había escrito la carta por envidia15 . Hubiera querido hacer la primera comunión antes de los once años, que era la edad establecida. Su abuelo intercedió ante el párroco, pero no lo consiguió. Tuvo que esperar como todos a los once años. La hizo en 1899. El 27 de setiembre de 1899 recibió también la confirmación de manos del arzobispo de Benevento. Quince años más tarde, cuando siendo joven sacerdote preparó a 450 niños de Pietrelcina para la confirmación, recordaba el día de su confirmación diciendo: Lloraba de consuelo en mi corazón con esta ceremonia sagrada, porque me acordaba de lo que el Espíritu Paráclito me había hecho sentir el día en que recibí el sacramento de la confirmación, día único e inolvidable para toda mi vida. ¡Qué suaves emociones me hizo sentir ese día ese Espíritu consolador! Con el recuerdo de ese día me siento enteramente devorado por una llama muy viva que quema, consume y no causa dolor.

SUS PADRES

SUS PADRES

 Vivían en el pueblecito de Pietrelcina a 12 kilómetros de Benevento y 50 de Nápoles. Actualmente tiene unos 3.400 habitantes, pero en los primeros años de la vida de nuestro santo tenía unos 4.250. Su caída se debió a la emigración de los lugareños en busca de un futuro mejor, especialmente a países como Estados Unidos, Canadá, Brasil o Argentina. El pueblo está situado en una zona agrícola ondulada de colinas a una altura de 351 m. sobre el nivel del mar. Al casarse sus padres, el 8 de junio de 1881, se fueron a vivir a una casita de una sola habitación de planta baja, que fue de su propiedad desde el primer momento. Se dedicaban a la agricultura y tenían un terreno propio de una hectárea en el lugar llamado Piana Romana a media hora, a las afueras del pueblo. A su padre Grazio Forgione le llamaban tío Horacio o tío Razio. Era analfabeto, pero enérgico, inteligente y hábil para el trabajo. A su madre, María Giuseppa di Nunzio, la llamaban Mamma Peppa. Era de agradable figura, de carácter decidido, seria, respetuosa y religiosa. Formaban un matrimonio muy unido en medio de los trabajos y limitaciones de la vida diaria. Tuvieron siete hijos: Miguel (1882-1967); Francesco, que no vivió ni un mes; Amalia (1885-1887); Francesco (padre Pío); Felicita (1889-1918), Pellegrina (1892-1944) y Grazia (sor Pía), que vivió de 1894 a 1969. Era una familia pobre y religiosa, donde nunca faltó lo suficiente para vivir, aunque no disponían de dinero en efectivo. El padre Pío dirá años más tarde: En mi casa era difícil encontrar diez liras, pero nunca faltaba nada1 . Cuando creció y quiso ser religioso, su padre decidió emigrar para hacerlo estudiar. Primero fue a Nueva York, en Estados Unidos, desde 1898 a 1903. Más tarde, en 1910, fue a Argentina, donde estuvo siete años. Su padre murió en octubre de 1946, estando en san Giovanni Rotondo, cerca del convento de su hijo en la casa de María Pyle, la americana. Murió el 7 1 Positio III/1, p. 11. 6 de octubre, estando presente el padre Pío, quien lo visitó varias veces en los últimos días de su enfermedad2 . Su madre murió el 3 de enero de 1929 también en san Giovanni Rotondo en la misma casa de María Pyle, bienhechora de los padres capuchinos. Su madre había ido a visitarlo para pasar las Navidades de 1928 con su hijo. Iba todos los días a misa para recibir la comunión de sus manos, a pesar del intenso frío. La noche de Navidad, después de la misa de medianoche, se enfermó de pulmonía doble. El padre Pío estuvo a su lado hasta el último momento, llevándole la comunión todos los días y administrándole los últimos sacramentos. Cuando expiró, el padre Pío se deshizo en lágrimas. Era un llanto de amor y repetía: Mamma mia, bella mammetta mia. Su madre tenía 70 años y fue sepultada en el cementerio de san Giovanni Rotondo, vestida de terciaria franciscana. Las exequias fueron impresionantes y participó toda la población. Fue un verdadero triunfo de oraciones y de flores. Un homenaje a la madre de un gran santo, que no sólo lo trajo al mundo sino que lo supo guiar en sus primeros pasos por el camino de Dios. ¡Cuántos sacerdotes deben su vocación al amor y a la fe de sus madres!  

EN EL CONFESIONARIO

Un joven complotaba matar a su mujer

Es evidente que el Padre Pío, en su unión con Cristo, toma sobre si todos los pecados que cada penitentes le confiesa, antes de darle la absolución. Esto le causa mas sufrimientos que sus llagas, y esas patentes suyas son patentes a todos los ojos. Algunos afirman haber visto un sudor de sangre en su frente mientras ellos describían sus infidelidades. El Padre Pío lleva sobre sus hombros una pesada carga, no solo su propia cruz, sino la de todos sus peregrinos pecadores. Un día, un medico vio como se le crispaba el rostro y lo oyó exclamar:" Oh, almas, almas! Que precio cuesta vuestra salvación!". Ve pasar ante si a seres tarados, repugnantes, monstruosos, pero su misericordia se conserva mas fuerte que su indignación. Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consistió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, sintiéndose atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío, desocupado en ese momento, se acerco para interrogarle. El hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia " Sal , sal de aquí!" - Le gritaba el fraile - . Miserable! Ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?". El hombre huyo como empujado por la tormenta. Durante dos días vago sin rumbo. En la imposibilidad de recordar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confección, le dijo: "No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a confesare, a las primeras palabras que pronuncio oyó que el Padre le decía: "No temas nada ya; su marido no le hará ningún mal". Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.

Es verdad que los penitentes del Padre Pío recaen muchas veces en el pecado, cosa que ocurre también con los miracules de Lourdes. La lucha de Satanás contra su gran enemigo, Pío, es formidable y constante; pero al final siempre triunfa el Señor. El Padre nunca abandona a sus ovejas que el ha llevado al redil; si recaen, las castiga con mayor severidad, eso es todo. No deja nunca jamas de rezar con igual fervor por la conversión de cada uno de sus penitentes. Durante la ultima guerra, un hombre fue a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío y trato de ocultarle la angustia de su corazón. Muchos de sus parientes habían muerto a raíz de un bombardeo, y el se preguntaba si estarían preparados para una muerte repentina. El hombre titubeaba antes de confiar su temor al sacerdote, cuando este, leyendo en su corazón, afirmo: "Hijo, todos se han salvado". A otra que persona que suspiraba: "Oh, Padre, yo no creo en Dios!". le contesto: "Pero usted cree en usted!". Una viuda no osaba preguntarle si su marido, muerto cuatro años atrás, estaba aun en el purgatorio; antes de que esta hablara, el Padre le aseguro: "Su marido esta en el cielo". Pero no siempre responde a tales preguntas, y cuando le hacen por carta, suele contestar simplemente: "Resígnese, confíe en la divina misericordia". O:" No puedo contestar a esa pregunta". Y a tanto que averiguan la suerte de un esposo o de un hijo soldado..., Una vez el Padre Pío le contesto con claridad: "Ha muerto", pero las mas de las veces da una respuesta evasiva, demostrando así que Dios no se lo revela todo. También es director de almas buenas, humildes, que lo consuelan de su trato con los réprobos. A sus hijos espirituales les pide un esfuerzo continuo hacia la perfección y la fidelidad a la vida de la gracia. Algunos tienen sed de Dios; a estos les tiende una mano y les dice: "Valor! Hay que ser mas paciente, mas constantes, mas generosos". Y les da la absolución con una sonrisa angelical, celestial. Si posa su mano estigmatizada sobre sus cabezas para bendecirlos, la emoción de sus penitentes se suele manifestar con lagrimas. Es como si Cristo, vuelto a este mundo, les manifestara su presencia. El Padre Pío nos exhorta detestar nuestras faltas. Sus palabras revelan una profunda sabiduría cristiana y la Santidad fundamental de un hombre que vive en la tierra con la vida del cielo.