ATAQUES DIABÓLICOS
Repetidas veces, al entrar en su celda, Pío encontraba sus cosas en
desorden, las mantas de su lecho y sus libros desparramados, y la pared
llena de manchas de tintas. Espíritus extraños se le aparecían bajo
distintos aspectos, a menudo vestidos de frailes.
Una noche se dio cuenta de que su cama estaba rodeada de monstruos
horribles que lo recibieron con estas palabras: " Mirad, el santo va a
acostarse!" "Si, con vuestro desprecio", fue la respuesta de Pío.
Entonces los monstruos lo empujaron, lo zarandearon, lo arrojaron al suelo
y contra las paredes, como tantas veces lo hicieron al Cura de Ars, San
Juan Bautista Vianney. Todas esas persecuciones, en lugar de debilitarse
su fe, la estimulaban. Su vigor físico disminuían, pero su fuerza espiritual
aumentaba en proporción. Fray Pío no hablo a nadie de esas visiones,
excepto a su confesor. Cierta noche vio entrar en su celda a un monje que
le recordó por su aspecto a Fray Agustín, su antiguo confesor. El falso
monje le dio consejos y lo exhorto a dejar esa vida de ascetismo y de
privaciones, afirmando que Dios no podía aprobar tal sistema de vida. Pío,
estupefacto de que el Padre Agustín le dijera tales cosas, le ordeno que
gritase junto con el: "Viva Jesús!".
El extraño personaje desapareció al punto, dejando tras si un olor
pestífero, sulfuroso.
Don Salvador Panullo cuenta un incidente ocurrido en los primeros años
de sacerdocio del Padre Pío, cuando aun no estaba estigmatizado. Don
Salvador fue su confesor durante siete años, sobre todo en las largas
temporadas que debió pasar en casa de sus padres por su mala salud.
Don Salvador relata lo siguiente: "Un día, el Padre Pío le llevo una carta
del Padre Agustín, su superior. Don Salvador solo encontró una hoja en
blanco dentro del sobre. Pensando que se trataba de una distracción del
Padre Agustín, pidió al Padre Pío que escribiese a su superior para
preguntarle que había querido decirle. El joven contesto: "Oh, esta es una
de las bromas favoritas del diablo. No hay porque preguntarle al Padre
Agustín lo que escribió; yo lo se, porque me lo dijo mi ángel de la guarda".
Y a renglón seguido, revelo a Don Salvador el contenido de la carta. Este,
previas averiguaciones hechas al Padre Agustín ,tuvo que reconocer la
exactitud de las palabras de Pio.
Don Salvador, abriendo otro día una carta del Padre Agustín, solo encontró
en ella una enorme mancha de tinta. Creyendo estar alucinado, llamo a su
sobrina y esta comprobó la misma cosa. Entonces rocío el papel con agua
bendita; lentamente fue desvaneciéndose la mancha y a poco apareció la
escritura en rasgos muy firmes. El autor obtuvo estos detalles de labios de
la misma sobrina del sacerdote.
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