Un día, durante la guerra, el General Cardona, solo en su despacho, la cabeza entre las manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que iban a dar su vida por su patria, cuando de pronto sintió un violento perfume de rosas que invadía toda la estancia. Levantando la cabeza, quedo estupefacto al ver ante si a un monje de sonrisa seráfica que paso diciendo:"No tema, nadie le hará mal". Cuando la visión se desvaneció, también se disipo el perfume. El General confío ese episodio a un franciscano, y este le dijo:"Excelencia, usted a visto al Padre Pío", y la contó a grandes rasgos la biografía de este hombre extraordinario. Después de oírla, Cardona no tuvo mas que un deseo, el de ir a San Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido, pero no bien penetro en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: "Excelencia, el Padre Pío lo espera. Nos mando para recibirlo".
Monseñor Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el Uruguay, decía en 1930 a su amigo el Padre Pío: - Me gustaría morir aquí para que usted me asistiera en mis últimos momentos. - No, usted morirá en Uruguay. - Y usted ira a ayudarme a morir bien?. - Naturalmente. Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero ataque cardiaco y al punto envío en busca de su amigo. Pero como estaba confesando, el capuchino no acudió al llamado. Cuando este subió hacia medio día, el prelado lo reto suavemente: - Capuchino, - por que no vino cuando lo mande a llamar? Podía haber muerto. - Hombre de poca fe, - no le dije que usted morirá en el Uruguay?. Y veamos ahora el fin de la historia, contada en 1942 por el R. P. Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En 1942, en la víspera de las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor Alfredo Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco prelados, fui despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de mi cuarto. Al entreabrirla, vi pasar un capuchino y oí una voz que me susurraba:"Vaya al cuarto de Monseñor Damiani, esta muriéndose". "Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y fuimos al cuarto de Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas palabras escritas de puño y letra:"El Padre Pío ha venido".(El Arzobispo conserva esa pieza de convicción.) Cuando fui a Italia y vi al Padre Pío, le pregunte:"Padre,- era usted el Capuchino que yo vi la otras noche en que murió Monseñor Damiani? El Padre pareció confuso, cuando le hubiera sido tan fácil negarlo. Como no insistiera el sigue guardando silencio. Yo me eche a reír diciendo:"Ya comprendo". Entonces movió la cabeza:"Si, usted ha comprendido". En este caso tenemos: en primer lugar, la promesa de asistir a Monseñor Damiani en su lecho de muerte, luego el testimonio escrito por el difunto, la visión del Arzobispo y, la aceptación tácita del Padre Pío.
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