martedì 29 agosto 2017

CONVERSIONES DEL PADRE PIO

La señora Luisa Vairo, una rica italiana que dejaba correr en Londres su frívola existencia, recibió una noche la visita de un amigo ingles. Este había ido a Roma y a San Giovanni, y volvió tan transformado que sus amigos afirmaban que entraría en un convento el día menos pensado. - No - contestaba -, no me haré fraile, pero desde que he visto a un monje - y de que envergadura no puedo ser el hombre que era antes. - Vaya usted tambien, señora, y comprenderá... La Sra. De Vairo fue al Monte Gargano, y su primera impresión fue de asco antes los paisano primitivos y sus casas miserables. Sin embargo, su conversión fue mas rápida que ella misma. Ya va camino al monasterio esa mujer, esa pecadora. - Quien camina junto a ella, invisible? - Quien le muestra la vacuidad y la amargura de su vida? - Quien le descubre toda la belleza que había en trocar la rutina de su vida inútil por la Gracia?. En el atrio de la Iglesia, la visitante prorrumpe en llanto. Los fieles se acercan; interviene entonces el Padre Pío: - Tenga serenidad, señora. Crea en la infinita misericordia, ya que Jesús a muerto crucificado por los pecadores. Ella deseaba confesarse de inmediato, pero el Padre la aconsejo que se tranquilizase primero y volviese unas horas después. Cuando la señora se hinco detrás de la mirilla del confesionario, el Padre Pío, como si leyese una lista, le fue enumerando todos sus pecados , todos excepto uno. Y ante este pecado que el no mencionara, librase una batalla en la conciencia de la penitente: tendré que confesarlo ? Lo podré callar ?. Finalmente lo confeso. - Eso es lo que esperaba - dijo el santo varón -. Ego te absolví. Radiante, la señora de Vairo inicio una nueva existencia llena de fervor y de austeridad, y ya no tuvo sino un anhelo: convertir a su hijo que era marino. El Padre Pío le prometio unir a las suyas sus oraciones. Cierto día, en la plaza de la iglesia, un peregrino francés presto un diario a la señora. No bien le dio una ojeada, la dama lanzo un grito desgarrador; el barco de su hijo se había ido a pique y se decía que habían perecido quince de sus tripulantes. Al grito de la madre, salieron de la iglesia los fieles y su pastor. - Su hijo esta vivo - dijo entonces el Padre -. Esta es su dirección. La señora escribió a su hijo y este le contesto, lo que confirma que la misteriosa información era exacta. El marino consiguió un permiso y fue a San Giovanni, mas para abrazar a su madre que para convertirse. A la mañana siguiente, la señora de Vairo suplico a su hijo que se quedase en ayunas, con la esperanza de que se confesara y comulgara. El se lo prometio. Pero después, andando por las calles del pueblo, se desayuno con dos huevos y un racimo de uvas, después de lo cual se dirigió a San Giovanni. Fue recibido en forma original. - Que mentiroso este! Que mentiroso!. - exclamo el Padre Pío -. Y su pobre madre que cree en el!. El joven buscaba una disculpa, pero nuestro héroe, imperturbable, le corto la palabra: - Como! Usted pretende tener el estomago vacío cuando acaba de comer dos huevos y un racimo de uvas?. El marino quedo confundido, y se convirtió.


 Se cuenta una historia semejante: la de una madre poco virtuosa y de su hijita de cuatro años. La pequeña había ido confiada a unas buenas religiosas, porque el padre tuberculoso estaba en una sanatorio, y su madre quería"vivir su vida"sin trabas. Una de las monjas, preocupada por el porvenir de la niña, propuso a la madre una excursión a San Giovanni, con la esperanza de convertirla, o por lo menos de despertar en ella la conciencia del deber. En un primer momento, la mujer declino la invitación. Pero el día fijado, la religiosa la encontró en la estación del ómnibus que llevaba a San Giovanni. Y el misterioso fenómeno se reprodujo. En el autobús, la pecadora, rompe a llorar. Sigue llorando cuando se presenta por si misma en el confesionario. El Padre Pío, luego de darle la absolución, le promete"Su marido se curara y su existencia quedara transformada. Vaya en paz.".

Un teniente de aviación italiano tuvo que saltar desde su avión por causa de un accidente, y su paracaídas no se abrió. En lugar de aplastarse contra el suelo, cayo en los brazos extendidos de un religioso que lo coloco suavemente en tierra y desapareció luego. Al escuchar el relato del joven, su jefe creyó que este estaba loco o que la guerra le había alterado el sistema nervioso; y entonces lo mando a su casa para que tomase un descanso. Apenas llegado, el aviador comenzaba a contar el episodio a su madre, y esta le mostró una foto del Padre Pío al que había recomendado diariamente la salud de su hijo. - Pero si es el! Es el - exclamo el muchacho -. El fue quien me recibió en sus brazos! . Madre e hijo fueron a San Giovanni para agradecer a su salvador. Y el capuchino añadió:"Tambien fui yo quien lo auxilie en Monastir, cuando se le descompuso el motor.

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