sabato 2 settembre 2017

EL DIABLO

EL DIABLO

Pero no sólo eran los dolores físicos y las calumnias lo que lo convertían en un Cristo viviente, asociado a la Pasión del Señor, sino también los asaltos del enemigo infernal a quien llamaba cosaco, barbazul o Belcebú. Se le presentaba de diferentes formas, lo golpeaba, lo tiraba de la cama, lo arrastraba por la habitación y lo tentaba de desesperación. En 1911, estando en el convento de Venafro, se le apareció el demonio en forma de gato negro y horrible. Una vez se presentaron varias jóvenes desnudas, bailando provocativamente. Otra vez le escupieron en el rostro sin aparecerse. En ocasiones lo aturdían con ruidos ensordecedores. En una oportunidad se le apareció en forma de verdugo que lo flageló. También se le presentó en forma de crucifijo o de un joven, amigo de los religiosos, que hacía poco los había visitado. Un día se apareció bajo la forma de su padre espiritual y hasta del padre provincial. Otro día se le presentó bajo la figura del Papa Pío X. Otras veces se presentaba como si fuera su ángel custodio o san Francisco o la Virgen María. A veces, era uno solo, pero otras veces eran muchos. Él los reconocía pidiéndoles que repitieran con él: ¡Viva Jesús!, que ellos no querían repetir. Casi siempre, después de estas apariciones diabólicas, se le aparecía Jesús, María o su ángel custodio51 . Algo que al diablo le disgustaba tremendamente era que el padre Agustín fuera su director espiritual. En una carta del 14 de octubre de 1912 le escribe: El diablo no quería que en la última carta le informara sobre la guerra que me hace. Como no quería escucharlo, comenzó a sugerirme: “¡Cómo agradarías a Jesús, si rompieses toda relación con tu padre espiritual! Él es muy peligroso para ti, es un objeto de gran distracción para ti. El tiempo es muy precioso y no deberías emplearlo en esta peligrosa correspondencia con tu padre, emplea ese tiempo en rezar por tu salud que está en peligro. Si sigues así, ten en cuenta que el infierno está siempre abierto para ti”. En otra carta al padre Agustín, del 18 de enero de 1912 le dice: Barbazul no se quiere dar por vencido. Ha tomado casi todas las formas. Desde hace varios días me viene a visitar junto con sus otros satélites, armados de bastones y objetos de hierro. ¡Cuántas veces me ha tirado de la cama, arrastrándome por la celda! Pero ¡paciencia! Jesús, la Mamá celeste, el angelito, san José y el padre san Francisco están casi siempre conmigo . En carta del 13 de diciembre de 1912 le dice al mismo padre Agustín: La otra noche barbazul se me ha presentado bajo la figura de un sacerdote nuestro, transmitiéndome una orden severísima del padre provincial de no escribirle más, porque es contrario a la pobreza y un grave impedimento para la perfección. Confieso mi debilidad, padre mío, lloré amargamente, creyendo que era una realidad. Y no hubiera sospechado ni lo más mínimo que era un engaño de barbazul, si mi angelito no me hubiera descubierto el engaño. El compañero de mi infancia trata de aliviar los dolores que me dan estos apóstatas impuros. Estando el padre Pío en Foggia en 1916, cuenta en sus Memorias el padre Paolino: Cada tarde, cuando los hermanos estaban en la cena, en la habitación del padre Pío, que estaba enfermo en cama, se sentían unos tremendos ruidos como si un bidón de benzina hubiera caído con todo su peso sobre el pavimento de la celda del padre Pío. Los religiosos se espantaban el oír esos tremendos ruidos, que se repetían todos los días a la misma hora. Corrían a su celda y lo encontraban en cama palidísimo, tan angustiado que no podía ni pronunciar una palabra y sudando tanto que, al quitarle la camisa, parecía que la hubieran metido y sacado de una tina con agua. Cuando llegué a Foggia y me lo contaron, no podía creerlo. Por eso, quise quedarme durante la cena en la celda del padre Pío para ver si el demonio se atrevía a hacer algo en mi presencia. Pasaba el tiempo y, viendo que no pasaba nada, le dije que iría a cenar cuando salieran los hermanos. Cuando los hermanos estaban saliendo del comedor, salí y, apenas puse el pie en el primer escalón para bajar, oí el tremendo ruido que me sacudió de la cabeza a los pies, por ser la primera vez que lo oía. Regresé aprisa a la celda y lo encontré palidísimo como siempre. Le ayudé a cambiarle la ropa y me di cuenta de que era cierto lo que me habían contado. El provincial, padre Benito, llegó a Foggia, pues los ruidos ya se repetían hacía un mes y la Comunidad estaba espantada, viviendo sobresaltada. El provincial le pidió al padre Pío que le rogara al Señor que, por el bien de la Comunidad, hiciera cesar aquellos ruidos... El Señor oyó su oración y cesaron los ruidos volviendo la calma al convento, pero no cesaron los asaltos del demonio, que escogía siempre la misma hora de la cena para atormentar al padre Pío. Por eso los hermanos, cuando después de la cena iban a visitarlo, lo encontraban en las mismas condiciones de antes: pálido, angustiado, sin fuerzas y totalmente bañado en sudor. Y esto duró muchísimo tiempo . El mismo padre Pío declaró: Una noche se me echaron varios encima y me golpearon emitiendo gritos desesperados, tirando por el aire libros, sillas, guantes… y me amenazaban y me maldecían. Desde ese día, cada día me molestan, pero no me aterrorizo… Me querían hacer entender que estaba rechazado por Dios . Un día el padre Pío bajó a confesar a los hombres a la sacristía y sólo había un hombre vestido de negro. Comenzó la confesión y se acusó de muchos pecados. No terminaba nunca. El padre Pío lo escuchaba con paciencia, pero después lo animó a hacer penitencia y a rezar el acto de contrición para no ofender más a Jesús. Pero, al oír pronunciar el nombre de Jesús, aquel hombre desapareció y una especie de temblor sacudió la sacristía. El padre Pío fue al pasillo a preguntar si habían visto salir a alguien. Pero nadie lo había visto. Entonces dijo entre sí: Era él, el monstruo de belcebú . Una tarde, dice el padre Alessio Parente: Después de haberle ayudado a meterse en la cama, me retiré a mi celda y, a los pocos minutos, sonó la campanilla. Acudí a ver qué deseaba. Me miró y se sonrió sin decir nada. A los cinco minutos, pasó lo mismo. Y así unas cuatro veces. Por fin le dije: “Déjame descansar”. Y me respondió: “Hijo mío, quédate aquí y descansa en el sillón, porque los diablos no me dejan en paz ni un minuto”

Nessun commento:

Posta un commento