sabato 2 settembre 2017

PROBLEMAS Y ACUSACIONES

PROBLEMAS Y ACUSACIONES


.. A partir de 1918 en que aparecieron sus llagas y se difundió la noticia a nivel mundial, hubo personas que no creían en ellas. No faltó quien manifestó su opinión de que el padre Pío y los capuchinos de su convento eran unos farsantes y querían hacer negocio fácil. Mucha gente, incluso importantes eclesiásticos y civiles, empezó a visitarlo para escuchar su misa y encargar misas. Como dejaban abundantes limosnas, los mismos sacerdotes diocesanos del lugar empezaron a criticar a la gente y ver mal que fueran al convento, distante unos dos kilómetros del pueblo. El doctor Lecce de san Giovanni Rotondo, ateo, habló públicamente en 1919 de que todo era un exagerado fanatismo de la gente que iba en tropel a ver a un monje enfermo gravemente de tuberculosis pulmonar y a recoger sus salivas sanguinolentas. Los sacerdotes diocesanos Principe, Domenico Palladino y Giovanni Miscio fueron al arzobispo Monseñor Gagliardi, denunciando al padre Pío como un inmoral. Concretamente, hacían alusión a que en 1918, durante una enfermedad, el padre Pío había sido instalado en la hospedería del convento donde había sido atendido por varias piadosas mujeres con las que tenía encuentros pasionales. Se referían a tres conocidas beatas Cleonice Morcaldi, Clementina Belloni y la condesa Telfner. Se habían hecho odiosas, porque tenían mucha influencia en el convento y especialmente con el padre Pío. Eran sus hijas espirituales y, con el permiso del Superior, padre Carmelo, en un tiempo ponían orden en las filas de mujeres que querían confesarse. Ellas procuraban sentarse siempre en los primeros puestos de la iglesia para la misa y, con el permiso del Superior, tenían casi todos los días una charla espiritual con el padre Pío. También ayudaban en otras tareas del convento y de la iglesia. Por eso, otras mujeres les tenían celos y hablaban mal de ellas. De hecho, algunos sacerdotes del lugar, como hemos mencionado, las acusaron de tener intimidad con el padre Pío con ocasión de haber estado en la enfermería. Pero ¿qué había ocurrido? Eran los tiempos de la famosa gripe española, que tantos muertos ocasionó. Algunos frailes capuchinos estaban movilizados por la guerra y en el convento apenas estaban dos sacerdotes, el padre Paolino y el padre Pío. El padre Paolino debía multiplicarse y hacer de cocinero para los estudiantes y atender tantas obligaciones del convento. El doctor Merla le aconsejó bajar al padre Pío, que tenía mucha fiebre, a la hospedería, donde se alojaban a veces los padres de los estudiantes. La señorita Rachelina Russo, seria y honorable, lo atendió, al igual que a otros hermanos del convento. Pero de este hecho tomaron pie para calumniar al padre Pío. También había acusaciones en cartas anónimas de que el padre Pío se veía a solas con mujeres en la iglesia a ciertas horas y de que los religiosos hacían negocio, distribuyendo pedazos de hábito o de cordón o de camisas del padre Pío, así como otros objetos personales del padre Pío, incluso pañuelos manchados de sangre, para sacar dinero. Los Superiores tomaron nota y prohibieron a los religiosos apropiarse de objetos personales del padre Pío y menos donarlos a extraños. Sin embargo, la situación llegó a tanto que el canónigo Giovanni Miscio amenazó con publicar un libro contra el padre Pío en el que iba a descubrir todas sus inmoralidades y mentiras. Decía que ya había pagado 5.000 liras al editor y que, si se retractaba y no lo publicaba, debía pagar otras 5.000 liras para rescindir el contrato. Era un verdadero chantaje. Pero el hermano mayor del padre Pío, Miguel Forgione, quiso defender a su hermano y acordó con el canónigo pagarle 3.000 liras para rescindir el contrato. El asunto llegó a la policía, quien arrestó a Miscio como extorsionador y fue condenado el 25 de noviembre de 1929 a un año y ocho meses de prisión. Fueron cuatro años de disgustos para el padre Pío, pues insistió ante su hermano para que retirara la demanda y no condenaran al sacerdote; no obstante, su hermano no aceptó sus consejos. Por ello, al ser condenado el padre Miscio, intercedió por él ante el rey Vittorio Emanuele III en carta del 14 de julio de 1932 para que fuera reintegrado como profesor, pues había perdido su puesto. Y, al salir de prisión, tuvo la alegría de recibirlo y abrazarlo. Ambos se hicieron buenos amigos y durante varios años el padre Miscio subía frecuentemente a visitar al padre Pío al convento para conversar con él...

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