sabato 2 settembre 2017

VIDA RELIGIOSA

VIDA RELIGIOSA

LA VOCACIÓN

 Desde muy niño sintió Francesco inclinación a la vida de piedad y se entregó totalmente a Dios. Por ello, pensó en dedicarle su vida como religioso. Pero ¿por qué escogió ser capuchino y no otra Orden religiosa? Durante su infancia llegaba de vez en cuando a Pietrelcina el hermano capuchino Camillo da Sant´Elia a Pianisi, con su larga barba, con la sonrisa a flor de labios y amigable con todos. Siempre tenía imagencitas, medallas, castañas, nueces etc., para los niños. Francesco lo observaba, lo escuchaba y lo seguía. En su mente estaba constantemente presente su figura y, por eso, cuando a los 16 años quiso dejar el mundo, pensó hacerse capuchino como fray Camilo. Su tío Pellegrino prefería que fuera a otro convento, porque decía que los capuchinos estaban muy flacos y hacían mucha penitencia, pero Francesco no quería saber nada de otras Órdenes. El padre Pío, siendo ya anciano, decía: La barba de fray Camilo se había quedado fija en mi cabeza y nadie me la pudo quitar de la mente17 . Además Dios lo había escogido para una misión especial en el mundo y se lo manifestó por medio de una visión, que él cuenta en tercera persona. Cierto día, mientras estaba meditando en el problema de su vocación y sobre cómo podría hacer para dar el adiós definitivo al mundo y dedicarse todo a Dios, su alma fue arrebatada y llegó a ver con los ojos de la inteligencia objetos diferentes de los que se ven con los ojos del cuerpo. Vio a su lado un hombre de presencia majestuosa, de extraordinaria belleza y esplendente como el sol. Lo tomó a él de la mano y le dijo: “Ven conmigo, porque tienes que combatir como un guerrero valiente”. Lo condujo después a un campo extensísimo donde había una gran multitud de hombres. Eran dos ejércitos colocados frente a frente. De una parte había hombres de rostros bellísimos, vestidos con vestiduras blancas; y de otra, hombres de aspecto horrible, vestidos de negro y que aparecían como sombras oscuras. Entre unos y otros había un gran espacio y he aquí que el guía lo coloca en medio de ellos. Entonces ve cómo se aproxima un hombre de extraordinaria estatura, tan alto que parece tocar con su frente las mismas nubes, de rostro feísimo. El personaje luminoso le advierte que debe combatir con ese terrible monstruo, pero él sintió un pavor indecible. Entonces oyó que le dijo: “Es inútil toda resistencia. Tienes que luchar con él. Avanza valerosamente, yo estaré junto a ti. Yo te ayudaré. ¡No permitiré que te derrote! Como premio de la victoria te regalaré una espléndida corona”. Fue aceptado el combate. El choque fue espantoso, terrible; pero, al fin, con la ayuda del guía luminoso, lo derrotó y lo puso en vergonzosa huida. El monstruo, rabioso, se refugió detrás de la multitud de hombres de horrible aspecto. La otra muchedumbre de hombres de hermoso aspecto explotó en aplausos y gritos de júbilo. Y le pusieron una espléndida corona sobre la cabeza, pero le fue mandada quitar por el personaje luminoso mientras le decía: “Tengo reservada para ti otra mucho más hermosa, si consigues luchar siempre bien contra este perverso personaje contra el que has combatido hoy. Ten presente que ha de volver una y otra vez al asalto. Combate valerosamente y no dudes nunca de mi ayuda18 . El significado de esta visión lo entendió mejor cinco días antes de su partida para el noviciado. Era el 1 de enero de 1903. Su alma se vio envuelta en una luz interior muy intensa. Penetrado de esa luz purísima, comprendió de forma clarísima que la entrada al convento para dedicarse al servicio del celestial Rey, implicaba exponerse a la lucha contra aquel hombre monstruo del infierno con el que había trabado una dura batalla en la visión anterior19 . Esta visión fortaleció su alma para dejar el mundo y entregarse a Dios. La última noche de su estancia en el pueblo, antes de partir al convento, tuvo otra visión: Vio a Jesús y María que, con toda su majestad, lo animaron y le aseguraron su protección. Jesús posó su mano sobre su cabeza y esto lo hizo fuerte para no derramar ni una lágrima al despedirse, a pesar de su profunda tristeza20 . El día en que Francesco debía irse al convento, se quedó en la iglesia a rezar. Al ir a su casa, encontró mucha gente que acompañaba a su madre. Al ir a abrazarla, ella se desvaneció y, al volver en sí, le dijo: “Hijo mío, perdóname. Siento que se me destroza el corazón, pero san Francisco te llama y tú debes irte”. Sacó del bolsillo un rosario y se lo dio, diciéndole: “Tómalo, te hará compañía en mi lugar”. El padre Pío, cada vez que contaba este episodio, se conmovía hasta las lágrimas21 . El 6 de enero de 1903 partió para el convento de Marcone-

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