sabato 2 settembre 2017

LLAMADO A LAS FILAS

LLAMADO A FILAS

Corría el año 1915, en plena guerra mundial. Italia estaba en guerra contra Austria. El padre Pío tuvo que presentarse el 6 de noviembre de 1915 al centro de reclutamiento de Benevento para ir a la guerra. Se presentó en el cuartel y el capitán médico le diagnosticó tuberculosis, enviándolo al hospital militar de Caserta. Estuvo allí 10 días, ya que el coronel médico que lo volvió a examinar, lo declaró apto para el servicio. El 5 de diciembre recibió órdenes de presentarse en la décima compañía de sanidad de Nápoles. Al llegar, pidió que lo examinara un médico, quien lo dispensó de llevar el uniforme militar y le permitió alojarse en el exterior. El 17 una comisión de médicos lo examinó de nuevo y le concedió un permiso extraordinario de un año para restablecerse por tener una infiltración en los pulmones. Tuvo que regresar a su pueblo. El 16 de diciembre de 1916 se le acabó el permiso y tuvo que presentarse al cuartel de Nápoles. Otra vez lo examinaron y le concedieron otros seis meses de convalecencia. El 20 de agosto de 1917 tuvo que pasar otra revisión médico-militar y, a los pocos días, el coronel médico lo declaró apto para servicios internos. Durante algunas semanas tuvo que conocer la vida del cuartel y los ejercicios de instrucción militar superficial. Metido en su uniforme militar, hacía guardias, barría el cuartel, llevando recados y obedeciendo a sus Superiores. Pero esta vida le resultaba muy pesada para su espíritu por las blasfemias de sus compañeros y por sus malas costumbres. Además no podía celebrar la misa y su salud empeoraba cada día hasta llegar a vomitar sangre. Desde Nápoles escribía el 26 de agosto de 1917 al padre Benito, su director: Estoy extremadamente desconsolado por no poder celebrar la misa. Falta capilla y no tengo permiso de salir fuera. ¡Qué desolación! Ojalá que el Señor pueda sacarme de esta cárcel tenebrosa. En otra carta al mismo padre Benito del 4 de setiembre, le dice: Todo mi cuerpo es un cuerpo patológico: catarro bronquial difuso, aspecto esquelético, nutrición mezquina y así todo. Se sentía tan mal que pensaba que moriría. El 19 de setiembre de 1917 le escribe: ¿Me librará el Señor de la vida militar? ¿Moriré en el convento o en el cuartel? Por fin, después de 147 días de vida militar, fue liberado. Así se lo escribe al padre Benito en carta del 15 de marzo de 1918: Estoy superlativamente alegre, la gracia de Dios me ha liberado completamente de la vida militar. No veo la hora de partir, pues estoy lleno de piojos hasta en los cabellos. Sin embargo, también reconoce que, a pesar de tanto sufrimiento por sus enfermedades, especialmente en el cuartel, donde no podía ni celebrar la misa, su estadía en la vida militar había sido más provechosa que un retiro espiritual y había ofrecido sus dolores por su patria. No se desentendía de los avatares de la guerra. El 24 de agosto de 1917 tuvo lugar la gran derrota de los italianos en Caporetto donde murieron 40.000 hombres, fueron heridos 90.000 y hechos prisioneros 300.000. El general en jefe del ejército italiano, general Cardona, fue sustituido por el general Armando Díaz y, no soportando la deshonra de la derrota, desesperado y deprimido, quiso suicidarse. Una noche había dado orden al centinela de no hacer pasar a nadie, pues no quería que lo perturbasen. Llovía y los truenos se alternaban con el estallido de los cañones austriacos y los relámpagos lucían en la oscuridad. El general se decidió, tomó una pistola de su cajón y quiso quitarse la vida. Pero en ese preciso instante vio delante de sí la figura de un fraile y sintió un extraño perfume de rosas y violetas. Antes de preguntarle quién era y quién le había hecho entrar, se sintió abrazar por él y oyó una voz que le hablaba en nombre de Dios y le invitaba a tener coraje y a dejar el arma. El general Cardona, arrepentido de su debilidad, quiso hablar con el fraile, pero desapareció.El comandante pensó continuamente en ese fraile. Terminada la guerra, vio su foto en un periódico y supo que se llamaba Pío. No perdió el tiempo y se precipitó a san Giovanni Rotondo, donde lo reconoció y esperó que pasara ante él. Cuando el padre Pío estuvo cerca, le dijo: General, cómo te libraste aquella noche.---

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