sabato 2 settembre 2017

EN EL CONFESIONARIO

Usted cree en DIOS?

A un señor que pasaba por Foggia, le pidió un amigo que entregase una carta urgente al Padre Pío y esperase la respuesta. Llegado al monasterio, quiso entregar la carta al primer fraile que encontró al paso, diciendo: "Es para el Padre Pío. Vengo de lejos; hace cincuenta hora que viajo y no tengo tiempo que perder. Le pido que me traiga la contestación la mas pronto posible". El fraile contesto sonriendo: "Aquí no es cuestión de apresurarse; esta es la morada de la paciencia. Vamos a entregar su carta y usted podrá ver al Padre Pío cuando vaya a la sacristía". La puerta volvió a cerrarse y el viajero se encontró rodeado de gente cuya presencia no había observado antes. Su expresión de cansancio y decepción hizo que un joven oficial se le acercase y le ofreciera acercarlo a la sacristía y mostrarle el lugar mas apropiado para ver al capuchino. Mientras tanto una multitud heterogénea llegada de todos los rincones de Italia, a juzgar por los dialectos, iba llenando la sacristía. Había comerciantes, industriales, estudiosos, médicos, etc. Nuestro amigo observaba con asombro a esas personas que parecían estar muy a sus anchas, que no eran ni beatos ni fanáticos, y su asombro creció al escuchar las cosas maravillosas que contaban, del Padre Pío. Pero entonces - de que clase de hombre se trataba?. Luego de esperar cerca de dos horas, lo vio entrar con su paso lento, pálido, con unos ojos claro bajo una frente espiritualizada: "Un monje como otro cualquiera!", penso el viajero. Pero cuando el sacerdote levanto la vista y empezó a hablar a cada uno con su sencillez, su afabilidad y su extraordinaria sonrisa , se sintió de pronto desarmado, liberado como por encanto de la mas leve sombra de desconfianza. Una dulzura nueva, una inusitada ternura lo invadió. Una fuerza misteriosa, irresistible lo impulso a abrirse camino entre los fieles para acercarse a aquel hombre al que todos parecían conocer desde hace tiempo atrás. El Padre lo miro. - Y usted, - quien es? - Que quiere de mi? - Añadió sonriendo El viajero le entrego la carta. Esta bien - Dijo, después de echarle una ojeada -, pero no puedo contestar en seguida. Y por usted - no puedo hacer nada? - piensa irse inmediatamente? - no tiene ganas de confesarse?. - Realmente, no comprendo su modo de portarse - balbuceo confuso el otro. - Cuanto tiempo hace que no se confiesan? - Desde que tenia siete años. Pero, Usted cree en DIOS? - Claro que si. - Y sus oraciones? - Las que me enseño mi madre las he olvidado. Y el Padre Pío, mirando el viajero en los ojos: - cuando acabara usted con esa horrible vida que lleva?. Veo la blasfemia en sus labios. "Horrible vida"- por que ? Esas palabras parecieron herir profundamente al viajero. - Que sabia el sacerdote de su vida personal, acaso no era posible portarse honestamente fuera de la Iglesia? Sin embargo se sentía perturbado como si hubieran puesto su alma al desnudo. - Vaya a apuntarse para la confesión y luego vuelva - prosiguió el Padre mirándolo con severidad -. Usted ya no es un chico. Puede morir en cualquier momento y ser llamado al divino Tribunal. Jamas le había hablado a nadie en esa forma. Dos días después - ya que se le había desvanecido todo deseo de partir - nuestro hombre se presenta al sacerdote, tan aterrado como quien tiene que zambullirse en el mar sin saber nadar. Pero ya no era el momento de titubear. - Padre, quiero confesarme, pero usted me tendrá que ayudar. - Ha hecho bien en venir. Y empezó el confesor a hacer preguntas a las que contestaba el penitente. Poco a poco, mientras sentía aliviarse su conciencia del peso de sus pecados, vio que el Padre palidecía, sudaba y que la boca se le crispaba. Penso que su confesor sufría mas que el mismo, cosa que lo sorprendió mucho, pues no comprendía que el discípulo de CRISTO estaba torturado por las ofensas cometidas contra su Señor. Conmovido, el penitente decidió poner fin a ese tormento: - Escuche, Padre, le he hablado con toda franqueza. No siga interrogándome: he cometido todos los pecados imaginables menos cuatro. Y los nombro. Pío se sintió aliviado. Miro al hombre, estupefacto y reconfortado. "Es exacto", afirmo. - Pero estoy aferrado a estas faltas; me son tan necesarias como el aire que respiro. - Ya encontraremos una solución. Y lo despidió, dándole por penitencia que rezara durante cuatro meses una oración a San Miguel Arcángel. Ni bien salió nuestro hombre del confesionario se acerco otro penitente pero el Padre bañado en sudor y pareciendo sufrir las mas grandes torturas se levanto extendiendo los brazos: "Basta, basta por ahora!". No podía soportar mas.

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