SU CARÁCTER-
El padre Pío medía 1.66 m. de estatura, pesaba unos 83 kilos y tenía unos ojos vivos y brillantes. Era muy sensible a las atenciones que le hacían los demás. Intuía a distancia sus deseos y trataba de darles contento en la medida de sus posibilidades. Hasta el perrito del convento se sentía feliz a su lado. Si encontraba abierta la puerta que daba al huerto, entraba al convento y se iba a la celda del padre Pío. Percibía perfectamente por el olfato si el padre estaba dentro, raspaba entonces con sus patas la puerta, gruñía y no cesaba de llamar hasta que el padre Pío le abría. Y no se iba de allí hasta que lo acariciaba cariñosamente y le advertía: Bien, bien, ya basta, ahora vete. El padre Pellegrino escribió en sus Testimonios: No es fácil expresar con palabras el sentido de la bondad y de la humanidad que brillaba en sus ojos tan luminosos44 . También tenía mucho sentido del humor y contaba anécdotas y chistes ocurrentes para alegrar a los hermanos. Cuando le pedían que les contara algún hecho interesante, les preguntaba: ¿Quieren de primera, de segunda o de tercera categoría? Un día estaba conversando con algunas personas y se le acercaron dos médicos. Dijo: ¿Saben cómo está un enfermo entre dos médicos? Como un ratón entre dos gatos. A un impertinente que le preguntaba: ¿Por qué yo no amo a Jesús como usted?, le respondió: ¿Y por qué no lo amo yo como tú? A un visitante, que se declaraba pecador y lo tenía sujeto por los pies, le tuvo que decir: Porque tú seas pecador, ¿me vas a comer a mí los pies? Un día lo visitó el presidente del Consejo de ministros de Italia, don Antonio Segni. Era el 22 de noviembre de 1959. Llegó acompañado de un brillante cortejo y todo lo hacían con mucho protocolo. Al presentarle a uno de ellos le dicen: El señor Russo. Y él, tratando de cortar la seriedad, dice: Señor presidente, ¿por qué me ha traído sólo un ruso? ¿Por qué no me ha traído todos los rusos que ha podido? Esto rompió la etiqueta y todos se rieron complacidos. Y, sin embargo, a pesar de su dulzura y amabilidad en el trato normal, cuando estaba confesando y se trataba de la salvación de las almas, era muy exigente y no aceptaba componendas. A veces manifestaba su carácter fuerte, cuando algunas personas se le echaban encima para abrazarlo o besarle las manos sin consideración e incluso cuando querían robarle algún objeto personal como reliquia. Algunos hasta llegaron a cortarle pedacitos de su hábito. En esos momentos, gritaba para que lo dejaran pasar y no andaba con miramientos. En el confesonario rechazaba también sin contemplaciones a las mujeres que iban con minifalda e incluso con vestidos cortos o sin mangas. Y como veía el corazón de las personas y quería su bien, a muchos los mandaba retirarse del confesonario hasta que se prepararan mejor o cambiaran de vida. Al padre Carmelo, su Superior, le manifestó en una ocasión que él también sufría al rechazarlos, pero añadió: Yo trato a las almas según se lo merecen delante de Dios. Al padre Tarsicio de Cervinara le declaró: Yo amo a las almas como amo a Dios. Por eso, no podía ser débil con los pecados de los penitentes y los corregía con fuerza. Especialmente luchaba mucho contra los pecados del aborto, del adulterio, de faltar a misa los domingos, la indecencia en el vestir, la blasfemia o los pecados contra la eucaristía45 . Sobre la blasfemia se cuenta de él un caso cuando, siendo joven sacerdote y estando en su pueblo, iba un día por un camino bordeado de arbustos y escuchó a un campesino decir una blasfemia contra la Santísima Virgen. Quedó consternado e indignado. Se acercó al blasfemo y le dio una bofetada. Al preguntarle el interesado que por qué lo hacía, le respondió: - ¿No ves que te faltaba poco para volver a blasfemar?
El padre Pío medía 1.66 m. de estatura, pesaba unos 83 kilos y tenía unos ojos vivos y brillantes. Era muy sensible a las atenciones que le hacían los demás. Intuía a distancia sus deseos y trataba de darles contento en la medida de sus posibilidades. Hasta el perrito del convento se sentía feliz a su lado. Si encontraba abierta la puerta que daba al huerto, entraba al convento y se iba a la celda del padre Pío. Percibía perfectamente por el olfato si el padre estaba dentro, raspaba entonces con sus patas la puerta, gruñía y no cesaba de llamar hasta que el padre Pío le abría. Y no se iba de allí hasta que lo acariciaba cariñosamente y le advertía: Bien, bien, ya basta, ahora vete. El padre Pellegrino escribió en sus Testimonios: No es fácil expresar con palabras el sentido de la bondad y de la humanidad que brillaba en sus ojos tan luminosos44 . También tenía mucho sentido del humor y contaba anécdotas y chistes ocurrentes para alegrar a los hermanos. Cuando le pedían que les contara algún hecho interesante, les preguntaba: ¿Quieren de primera, de segunda o de tercera categoría? Un día estaba conversando con algunas personas y se le acercaron dos médicos. Dijo: ¿Saben cómo está un enfermo entre dos médicos? Como un ratón entre dos gatos. A un impertinente que le preguntaba: ¿Por qué yo no amo a Jesús como usted?, le respondió: ¿Y por qué no lo amo yo como tú? A un visitante, que se declaraba pecador y lo tenía sujeto por los pies, le tuvo que decir: Porque tú seas pecador, ¿me vas a comer a mí los pies? Un día lo visitó el presidente del Consejo de ministros de Italia, don Antonio Segni. Era el 22 de noviembre de 1959. Llegó acompañado de un brillante cortejo y todo lo hacían con mucho protocolo. Al presentarle a uno de ellos le dicen: El señor Russo. Y él, tratando de cortar la seriedad, dice: Señor presidente, ¿por qué me ha traído sólo un ruso? ¿Por qué no me ha traído todos los rusos que ha podido? Esto rompió la etiqueta y todos se rieron complacidos. Y, sin embargo, a pesar de su dulzura y amabilidad en el trato normal, cuando estaba confesando y se trataba de la salvación de las almas, era muy exigente y no aceptaba componendas. A veces manifestaba su carácter fuerte, cuando algunas personas se le echaban encima para abrazarlo o besarle las manos sin consideración e incluso cuando querían robarle algún objeto personal como reliquia. Algunos hasta llegaron a cortarle pedacitos de su hábito. En esos momentos, gritaba para que lo dejaran pasar y no andaba con miramientos. En el confesonario rechazaba también sin contemplaciones a las mujeres que iban con minifalda e incluso con vestidos cortos o sin mangas. Y como veía el corazón de las personas y quería su bien, a muchos los mandaba retirarse del confesonario hasta que se prepararan mejor o cambiaran de vida. Al padre Carmelo, su Superior, le manifestó en una ocasión que él también sufría al rechazarlos, pero añadió: Yo trato a las almas según se lo merecen delante de Dios. Al padre Tarsicio de Cervinara le declaró: Yo amo a las almas como amo a Dios. Por eso, no podía ser débil con los pecados de los penitentes y los corregía con fuerza. Especialmente luchaba mucho contra los pecados del aborto, del adulterio, de faltar a misa los domingos, la indecencia en el vestir, la blasfemia o los pecados contra la eucaristía45 . Sobre la blasfemia se cuenta de él un caso cuando, siendo joven sacerdote y estando en su pueblo, iba un día por un camino bordeado de arbustos y escuchó a un campesino decir una blasfemia contra la Santísima Virgen. Quedó consternado e indignado. Se acercó al blasfemo y le dio una bofetada. Al preguntarle el interesado que por qué lo hacía, le respondió: - ¿No ves que te faltaba poco para volver a blasfemar?
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