LOS VOTOS
El padre Pío fue un religioso auténtico que guardó con perfección los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Tenía costumbre de hacer una inclinación de cabeza cada vez que encontraba al Superior, como reverencia hacia él. Cuando estaba enfermo y le mandaban tomar medicinas, las tomaba por obediencia, aunque supiera que le iban a hacer daño. A quien se lo hacía notar, respondía: “La santa obediencia lo quiere así”33 . Y solía decir: Quien obedece, no se equivoca. La obediencia es madre y custodio de toda la virtud. La obediencia da seguridad perfecta. La obediencia transforma toda ocupación en virtud. Quien obedece, nunca pierde y siempre gana34 . El padre Plácido Bux, compañero del padre Pío en el noviciado, declaró que unos meses después de la aparición de las llagas, le pidió al provincial, autorización para sacarle unas fotografías con las manos desnudas (sin guantes). Llegó a san Giovanni Rotondo y le ordenó al padre Pío quitarse los guantes y cruzar las manos sobre el pecho. El padre Pío le dijo: Plácido, ¿bromeas o estás loco? Si quieres fotografiarme, hazlo pronto, pero no me quito los guantes. El padre Plácido le recordó que venía con autorización del padre provincial y obedeció, aunque con disgusto, inclinando la cabeza. De esta fotografía se han hecho miles de copias donde se ven nítidamente las llagas en el centro de las manos En cuanto a la pobreza, siempre la vivió en plenitud. En su habitación nunca tuvo lujos, sino lo estrictamente necesario o lo que le ordenaba el Superior. Hasta 1935 tuvo en su celda un colchón de paja, pero el Superior le obligó a cambiarlo por otro mejor. Y así en otras cosas. Un día el señor Capetta quiso regalarle una pluma Parker, pero la rechazó, diciéndole que no era apropiada para un capuchino. En cuanto a la comida era muy parco. El padre Rafael, su Superior, dice que en el año 1926 en que el padre Pío era director espiritual de los estudiantes: Casi no comía, parecía un pajarito. Un bocado de pasta, alguna tajada de patatas, algún pedacito de pescado, un bocado de pan y nada más. Cuando había terminado, yo les pasaba sus platos a los colegiales que tenían más necesidad. Y entonces él inclinaba la cabeza sin mirar a nadie y rezaba el rosario. Y así todos los días36 . Fray Modestino declaró: Un día lo observé en el comedor y, al terminar de comer, recogió las migas de pan con el índice de la mano derecha y se las llevaba a la boca. Parecía estar purificando la patena sobre el altar37 . El padre Agustín, en su Diario, escribe el 17 de febrero de 1946: El padre Pío come poquísimo, apenas unos veinte gramos de alimento cada 24 horas y, sin embargo, no baja de peso, soportando como si nada el trabajo del confesionario durante muchas horas. Parece que su vida sea un milagro viviente y constante. Algún día ha quedado en cama con fiebre alta, pero, al día siguiente, se ha levantado para celebrar la misa y confesar como si nada hubiera sufrido38 . En los últimos años de su vida, tomaba por la mañana, después de la acción de gracias de la misa, una tacita de café en la que echaban alguna vitamina. Pero, durante muchos años, sólo comió al mediodía. Normalmente nunca comía chocolate o dulces, helado o fruta. Si tomaba alguna menta, era para refrescar la garganta. A veces tomaba un poco de vino blanco. En los últimos años, también en la cena tomaba un poco de queso fresco, pero nunca se acostumbró a echar sal a la comida. Con relación a la pureza, fue siempre muy estricto. ¡Y pensar que fue esta virtud la que más atacaron sus perseguidores! El padre Agustín, su director espiritual, pudo decir: Estoy dispuesto a jurar que ha conservado hasta ahora su virginidad y no ha pecado contra esta angélica virtud ni siquiera venialmente39 . El padre Adriano Leggieri, que lo conoció desde niño, aseguró que se transparentaba en toda su persona la virtud de la pureza. Su mirada, aunque estuviera con gente, parecía ausente, absorto en Dios 40 . El padre Miguel Colasanto dice que parecía un ángel de carne por su pureza. Su rostro parecía el de un niño inocente. El padre Rómulo Pennisi, que era de su edad, aseguraba que había conservado la inocencia bautismal41 . El padre Honorato Marcucci afirma que era muy reservado y cuidadoso de su pureza. Cuando era anciano y yo debía hacerle la limpieza incluso de las partes más delicadas, él repetía constantemente jaculatorias como “Dios mío, ayúdame”, “Madre mía, ayúdame”42 . El padre Amadeo Fabrocini refiere: Nunca he visto en él un gesto indecoroso. Sus modales estaban siempre llenos de modestia. Jamás se ha arremangado los brazos o descubierto parte de su cuerpo ni aun en los días más calurosos43 . Él mismo decía que no había besado nunca a una mujer ni siquiera a su propia madre.
El padre Pío fue un religioso auténtico que guardó con perfección los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Tenía costumbre de hacer una inclinación de cabeza cada vez que encontraba al Superior, como reverencia hacia él. Cuando estaba enfermo y le mandaban tomar medicinas, las tomaba por obediencia, aunque supiera que le iban a hacer daño. A quien se lo hacía notar, respondía: “La santa obediencia lo quiere así”33 . Y solía decir: Quien obedece, no se equivoca. La obediencia es madre y custodio de toda la virtud. La obediencia da seguridad perfecta. La obediencia transforma toda ocupación en virtud. Quien obedece, nunca pierde y siempre gana34 . El padre Plácido Bux, compañero del padre Pío en el noviciado, declaró que unos meses después de la aparición de las llagas, le pidió al provincial, autorización para sacarle unas fotografías con las manos desnudas (sin guantes). Llegó a san Giovanni Rotondo y le ordenó al padre Pío quitarse los guantes y cruzar las manos sobre el pecho. El padre Pío le dijo: Plácido, ¿bromeas o estás loco? Si quieres fotografiarme, hazlo pronto, pero no me quito los guantes. El padre Plácido le recordó que venía con autorización del padre provincial y obedeció, aunque con disgusto, inclinando la cabeza. De esta fotografía se han hecho miles de copias donde se ven nítidamente las llagas en el centro de las manos En cuanto a la pobreza, siempre la vivió en plenitud. En su habitación nunca tuvo lujos, sino lo estrictamente necesario o lo que le ordenaba el Superior. Hasta 1935 tuvo en su celda un colchón de paja, pero el Superior le obligó a cambiarlo por otro mejor. Y así en otras cosas. Un día el señor Capetta quiso regalarle una pluma Parker, pero la rechazó, diciéndole que no era apropiada para un capuchino. En cuanto a la comida era muy parco. El padre Rafael, su Superior, dice que en el año 1926 en que el padre Pío era director espiritual de los estudiantes: Casi no comía, parecía un pajarito. Un bocado de pasta, alguna tajada de patatas, algún pedacito de pescado, un bocado de pan y nada más. Cuando había terminado, yo les pasaba sus platos a los colegiales que tenían más necesidad. Y entonces él inclinaba la cabeza sin mirar a nadie y rezaba el rosario. Y así todos los días36 . Fray Modestino declaró: Un día lo observé en el comedor y, al terminar de comer, recogió las migas de pan con el índice de la mano derecha y se las llevaba a la boca. Parecía estar purificando la patena sobre el altar37 . El padre Agustín, en su Diario, escribe el 17 de febrero de 1946: El padre Pío come poquísimo, apenas unos veinte gramos de alimento cada 24 horas y, sin embargo, no baja de peso, soportando como si nada el trabajo del confesionario durante muchas horas. Parece que su vida sea un milagro viviente y constante. Algún día ha quedado en cama con fiebre alta, pero, al día siguiente, se ha levantado para celebrar la misa y confesar como si nada hubiera sufrido38 . En los últimos años de su vida, tomaba por la mañana, después de la acción de gracias de la misa, una tacita de café en la que echaban alguna vitamina. Pero, durante muchos años, sólo comió al mediodía. Normalmente nunca comía chocolate o dulces, helado o fruta. Si tomaba alguna menta, era para refrescar la garganta. A veces tomaba un poco de vino blanco. En los últimos años, también en la cena tomaba un poco de queso fresco, pero nunca se acostumbró a echar sal a la comida. Con relación a la pureza, fue siempre muy estricto. ¡Y pensar que fue esta virtud la que más atacaron sus perseguidores! El padre Agustín, su director espiritual, pudo decir: Estoy dispuesto a jurar que ha conservado hasta ahora su virginidad y no ha pecado contra esta angélica virtud ni siquiera venialmente39 . El padre Adriano Leggieri, que lo conoció desde niño, aseguró que se transparentaba en toda su persona la virtud de la pureza. Su mirada, aunque estuviera con gente, parecía ausente, absorto en Dios 40 . El padre Miguel Colasanto dice que parecía un ángel de carne por su pureza. Su rostro parecía el de un niño inocente. El padre Rómulo Pennisi, que era de su edad, aseguraba que había conservado la inocencia bautismal41 . El padre Honorato Marcucci afirma que era muy reservado y cuidadoso de su pureza. Cuando era anciano y yo debía hacerle la limpieza incluso de las partes más delicadas, él repetía constantemente jaculatorias como “Dios mío, ayúdame”, “Madre mía, ayúdame”42 . El padre Amadeo Fabrocini refiere: Nunca he visto en él un gesto indecoroso. Sus modales estaban siempre llenos de modestia. Jamás se ha arremangado los brazos o descubierto parte de su cuerpo ni aun en los días más calurosos43 . Él mismo decía que no había besado nunca a una mujer ni siquiera a su propia madre.
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