INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Nació Francesco Forgione di Nunzio, nuestro santo, el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina y fue bautizado al día siguiente en la iglesia de santa Ana por el padre Nicolantino Orlando. Le pusieron por nombre Francesco por la devoción que su madre tenía al santo de Asís. Siendo de pocos meses de nacido, una noche puso nervioso a su padre, que estaba cansado del trabajo del día y no podía dormir por los gritos del niño. Tomó a Francesco y lo tiró sobre la cama, diciendo: ¡Ni que me hubiese nacido un diablo en vez de un cristiano! Mamma Peppa reprendió al papá, mientras recogía ansiosa al niño que de la cama se había caído al suelo. Pero no se había hecho nada. Lo cierto es que muchos años más tarde papá Grazio aseguraba que, desde ese día, nunca más molestó durante la noche3 . El padre Clemente de santa María in Punta manifiesta que, según le dijo la mamá del padre Pío: Obedecía siempre a sus padres. Por la mañana y por la tarde iba a hacer una visita a Jesús y a la Virgen a la iglesia. Alguna vez le decía su madre: Francisco, ¿por qué no vas a jugar con los otros niños? Pero él no quería, porque blasfemaban y evitaba la compañía de los que mentían o tenían malas costumbres4 . El padre Agustín de san Marco in Lamis, su director espiritual, afirma en su “Diario”: Los éxtasis y apariciones comenzaron a sus cinco años, cuando tuvo el pensamiento de consagrarse para siempre al Señor y fueron continuos. Interrogado de por qué los había ocultado tanto tiempo respondió que creía que eran cosas normales que sucedían a todos. Por ello un día me preguntó: “¿Y usted no ve a la Virgen?”. Y al decirle que no, añadió: “Lo dice por humildad”5 . Su otro director, el padre Benito de San Marco in Lamis afirma: A los cinco años sintió necesidad de entregarse totalmente al Señor... Se le apareció en el altar mayor el Corazón de Jesús, le hizo señas de acercarse y le puso la mano sobre su cabeza para manifestarle su contento por su consagración. Y el pequeño Francesco sintió el firme propósito de entregarse a Él y amarlo totalmente6 . Las vejaciones diabólicas comenzaron también a sus cinco años bajo formas obscenas, humanas y sobre todo bestiales. Decía el padre Pío: “Mi madre apagaba la luz por la noche y se ponían a mi lado muchos monstruos y yo lloraba. Encendía la luz y yo callaba, porque los monstruos desaparecían. De nuevo la apagaba y de nuevo me ponía a llorar por los monstruos”. Don Nicolás Carusa añade: “Más de una vez Francesco me decía, cuando venía a la escuela, que, al volver a casa, encontraba en el umbral un hombre vestido de sotana que no le quería dejar pasar. Francesco se detenía, venía un niño descalzo, hacía la señal de la cruz y el de sotana desaparecía. Entonces, Francesco entraba en la casa”7 . A los seis años sus padres le encomendaron dos ovejas para llevarlas a pastar. Con ellas se iba cada día a Piana Romana, donde poseían un pequeño terrenito. Allí jugaba con su amigo Luigi Orlando, otro pastorcito, o se dedicaba a la oración. El padre Tarsicio Zullo refiere que su padre lo llevó cuando tenía unos ocho años al santuario de san Pellegrino a Altavilla Irpina. Allí vio a una madre que rezaba por su hijo deforme, que llevaba en brazos, pidiendo a san Pellegrino que se lo curase. El pequeño Francesco Forgione quedó conmovido de la fe de la señora y de sus lágrimas. Él mismo se unió a la madre para pedir la curación. Su padre quería sacarlo de la iglesia y él le pedía que le dejara un momento más. A un cierto momento, la madre le dijo a san Pellegrino: “Si no me escuchas, tómalo”. Y lo dejó sobre el altar. Apenas el niño deforme tocó el altar, quedó curado. La multitud se emocionó y casi se aplastan unos a otros por el entusiasmo del milagro. El padre Pío contaba que su padre se preocupó de que le pasara algo ante la avalancha de gente. Sus paisanos de Pietrelcina, muchos años después, recordaban este suceso diciendo: “¿No habrá sido éste el primer milagro hecho por el padre Pío?”8 . Amaba la soledad y entre los nueve y once años se hacía cerrar en la iglesia por el sacristán, fijando con él la hora en que debía irle a abrir, pero sin decirle nada a nadie9 . El padre Marcelino Iasenzaniro declaró: Teniendo unos diez años, el niño Francesco fue enviado a “Piana Romana”. El tío Pellegrino le dio un dinero para que le comprara un cigarro y una caja de fósforos. Al regresar de la tienda, Francesco quiso saber a qué sabía el cigarro. Encendió el cigarro y aspiró una bocanada. De pronto, se encontró con que se le revolvió el estómago y se mareaba. Al llegar donde su tío, le contó con sinceridad lo que le había pasado y, desde entonces, puso una barrera entre él y el humo10 . A esa misma edad cayó gravemente enfermo, debiendo guardar cama más de un mes. Su madre, preocupada, rezaba a la patrona de Pietrelcina, la Virgen de la Libera. Como estaban en tiempo de la siega, su madre preparó un plato de pimientos para los trabajadores. El padre Pío recordaba: Sentí el olor de los pimientos y se me abrió el apetito. Mi madre se fue con la mitad de los pimientos y dejó la otra mitad en casa. Me levanté, y me comí todos los pimientos que había dejado mi madre y me quedé profundamente dormido. Al regresar mi madre, me encontró todavía durmiendo, la cara roja y empapado de sudor. Los pimientos habían hecho de somnífero y poco después de purga. Al día siguiente estaba restablecido y con salud11 . Un día su madre oyó ruidos y vio que se daba latigazos con una cadena de hierro. Le preguntó: “¿Por qué lo haces, hijo mío? La cadena te hace mal”. Y él respondió: “Me debo golpear como los judíos golpearon a Jesús hasta hacerle salir sangre, pero yo no quiero que me salga sangre”. La pobre madre sufría y, cuando sentía que su hijo se daba golpes, se alejaba con lágrimas en los ojos12 . Un día el padre Orlando Giuseppe tuvo que reprenderlo por desobedecer a su madre que le preparaba la cama por las tardes y él prefería dormir en el suelo, teniendo una piedra por almohada13 . Teniendo diez años y después de haber estudiado algo con el profesor Cosimo Scocca y Mandato Saginario, sus padres lo encomendaron a Domenico Tizzani, que había sido sacerdote. Estaba casado, tenía una hija y le cobraba cinco liras al mes. Siendo ya sacerdote, el padre Pío tuvo la alegría de reconciliar con la iglesia a su maestro Tizzani y confesarlo antes de morir. Cada vez que recordaba este episodio, levantaba los ojos al cielo y se emocionaba hasta no poder casi hablar, mientras imploraba la divina misericordia14 . En la escuela todos lo reconocían como un alumno serio y piadoso. Un día sus compañeros de clase quisieron hacerle una mala jugada. Le pidieron a una compañera que le escribiera una carta de amor. Sus compañeros se la pusieron a él en el bolsillo y le manifestaron al maestro que estaba enamorando a su compañera y que en el bolsillo tenía una carta de amor. El maestro lo registró y la encontró, pegándole una buena tunda. Al día siguiente, la misma compañera, arrepentida, aclaró las cosas. Otro compañero, por envidia de que Francesco, como acólito, era bien considerado por el párroco y los otros sacerdotes, escribió una carta anónima en la que decía que cortejaba a la hija del jefe de estación del pueblo, una jovencita que raramente iba a la iglesia y que Francesco ni la conocía apenas. El párroco lo reprendió y le prohibió ayudar en la misa. Después de las investigaciones correspondientes, el acusador tuvo que admitir que él había escrito la carta por envidia15 . Hubiera querido hacer la primera comunión antes de los once años, que era la edad establecida. Su abuelo intercedió ante el párroco, pero no lo consiguió. Tuvo que esperar como todos a los once años. La hizo en 1899. El 27 de setiembre de 1899 recibió también la confirmación de manos del arzobispo de Benevento. Quince años más tarde, cuando siendo joven sacerdote preparó a 450 niños de Pietrelcina para la confirmación, recordaba el día de su confirmación diciendo: Lloraba de consuelo en mi corazón con esta ceremonia sagrada, porque me acordaba de lo que el Espíritu Paráclito me había hecho sentir el día en que recibí el sacramento de la confirmación, día único e inolvidable para toda mi vida. ¡Qué suaves emociones me hizo sentir ese día ese Espíritu consolador! Con el recuerdo de ese día me siento enteramente devorado por una llama muy viva que quema, consume y no causa dolor.
Nació Francesco Forgione di Nunzio, nuestro santo, el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina y fue bautizado al día siguiente en la iglesia de santa Ana por el padre Nicolantino Orlando. Le pusieron por nombre Francesco por la devoción que su madre tenía al santo de Asís. Siendo de pocos meses de nacido, una noche puso nervioso a su padre, que estaba cansado del trabajo del día y no podía dormir por los gritos del niño. Tomó a Francesco y lo tiró sobre la cama, diciendo: ¡Ni que me hubiese nacido un diablo en vez de un cristiano! Mamma Peppa reprendió al papá, mientras recogía ansiosa al niño que de la cama se había caído al suelo. Pero no se había hecho nada. Lo cierto es que muchos años más tarde papá Grazio aseguraba que, desde ese día, nunca más molestó durante la noche3 . El padre Clemente de santa María in Punta manifiesta que, según le dijo la mamá del padre Pío: Obedecía siempre a sus padres. Por la mañana y por la tarde iba a hacer una visita a Jesús y a la Virgen a la iglesia. Alguna vez le decía su madre: Francisco, ¿por qué no vas a jugar con los otros niños? Pero él no quería, porque blasfemaban y evitaba la compañía de los que mentían o tenían malas costumbres4 . El padre Agustín de san Marco in Lamis, su director espiritual, afirma en su “Diario”: Los éxtasis y apariciones comenzaron a sus cinco años, cuando tuvo el pensamiento de consagrarse para siempre al Señor y fueron continuos. Interrogado de por qué los había ocultado tanto tiempo respondió que creía que eran cosas normales que sucedían a todos. Por ello un día me preguntó: “¿Y usted no ve a la Virgen?”. Y al decirle que no, añadió: “Lo dice por humildad”5 . Su otro director, el padre Benito de San Marco in Lamis afirma: A los cinco años sintió necesidad de entregarse totalmente al Señor... Se le apareció en el altar mayor el Corazón de Jesús, le hizo señas de acercarse y le puso la mano sobre su cabeza para manifestarle su contento por su consagración. Y el pequeño Francesco sintió el firme propósito de entregarse a Él y amarlo totalmente6 . Las vejaciones diabólicas comenzaron también a sus cinco años bajo formas obscenas, humanas y sobre todo bestiales. Decía el padre Pío: “Mi madre apagaba la luz por la noche y se ponían a mi lado muchos monstruos y yo lloraba. Encendía la luz y yo callaba, porque los monstruos desaparecían. De nuevo la apagaba y de nuevo me ponía a llorar por los monstruos”. Don Nicolás Carusa añade: “Más de una vez Francesco me decía, cuando venía a la escuela, que, al volver a casa, encontraba en el umbral un hombre vestido de sotana que no le quería dejar pasar. Francesco se detenía, venía un niño descalzo, hacía la señal de la cruz y el de sotana desaparecía. Entonces, Francesco entraba en la casa”7 . A los seis años sus padres le encomendaron dos ovejas para llevarlas a pastar. Con ellas se iba cada día a Piana Romana, donde poseían un pequeño terrenito. Allí jugaba con su amigo Luigi Orlando, otro pastorcito, o se dedicaba a la oración. El padre Tarsicio Zullo refiere que su padre lo llevó cuando tenía unos ocho años al santuario de san Pellegrino a Altavilla Irpina. Allí vio a una madre que rezaba por su hijo deforme, que llevaba en brazos, pidiendo a san Pellegrino que se lo curase. El pequeño Francesco Forgione quedó conmovido de la fe de la señora y de sus lágrimas. Él mismo se unió a la madre para pedir la curación. Su padre quería sacarlo de la iglesia y él le pedía que le dejara un momento más. A un cierto momento, la madre le dijo a san Pellegrino: “Si no me escuchas, tómalo”. Y lo dejó sobre el altar. Apenas el niño deforme tocó el altar, quedó curado. La multitud se emocionó y casi se aplastan unos a otros por el entusiasmo del milagro. El padre Pío contaba que su padre se preocupó de que le pasara algo ante la avalancha de gente. Sus paisanos de Pietrelcina, muchos años después, recordaban este suceso diciendo: “¿No habrá sido éste el primer milagro hecho por el padre Pío?”8 . Amaba la soledad y entre los nueve y once años se hacía cerrar en la iglesia por el sacristán, fijando con él la hora en que debía irle a abrir, pero sin decirle nada a nadie9 . El padre Marcelino Iasenzaniro declaró: Teniendo unos diez años, el niño Francesco fue enviado a “Piana Romana”. El tío Pellegrino le dio un dinero para que le comprara un cigarro y una caja de fósforos. Al regresar de la tienda, Francesco quiso saber a qué sabía el cigarro. Encendió el cigarro y aspiró una bocanada. De pronto, se encontró con que se le revolvió el estómago y se mareaba. Al llegar donde su tío, le contó con sinceridad lo que le había pasado y, desde entonces, puso una barrera entre él y el humo10 . A esa misma edad cayó gravemente enfermo, debiendo guardar cama más de un mes. Su madre, preocupada, rezaba a la patrona de Pietrelcina, la Virgen de la Libera. Como estaban en tiempo de la siega, su madre preparó un plato de pimientos para los trabajadores. El padre Pío recordaba: Sentí el olor de los pimientos y se me abrió el apetito. Mi madre se fue con la mitad de los pimientos y dejó la otra mitad en casa. Me levanté, y me comí todos los pimientos que había dejado mi madre y me quedé profundamente dormido. Al regresar mi madre, me encontró todavía durmiendo, la cara roja y empapado de sudor. Los pimientos habían hecho de somnífero y poco después de purga. Al día siguiente estaba restablecido y con salud11 . Un día su madre oyó ruidos y vio que se daba latigazos con una cadena de hierro. Le preguntó: “¿Por qué lo haces, hijo mío? La cadena te hace mal”. Y él respondió: “Me debo golpear como los judíos golpearon a Jesús hasta hacerle salir sangre, pero yo no quiero que me salga sangre”. La pobre madre sufría y, cuando sentía que su hijo se daba golpes, se alejaba con lágrimas en los ojos12 . Un día el padre Orlando Giuseppe tuvo que reprenderlo por desobedecer a su madre que le preparaba la cama por las tardes y él prefería dormir en el suelo, teniendo una piedra por almohada13 . Teniendo diez años y después de haber estudiado algo con el profesor Cosimo Scocca y Mandato Saginario, sus padres lo encomendaron a Domenico Tizzani, que había sido sacerdote. Estaba casado, tenía una hija y le cobraba cinco liras al mes. Siendo ya sacerdote, el padre Pío tuvo la alegría de reconciliar con la iglesia a su maestro Tizzani y confesarlo antes de morir. Cada vez que recordaba este episodio, levantaba los ojos al cielo y se emocionaba hasta no poder casi hablar, mientras imploraba la divina misericordia14 . En la escuela todos lo reconocían como un alumno serio y piadoso. Un día sus compañeros de clase quisieron hacerle una mala jugada. Le pidieron a una compañera que le escribiera una carta de amor. Sus compañeros se la pusieron a él en el bolsillo y le manifestaron al maestro que estaba enamorando a su compañera y que en el bolsillo tenía una carta de amor. El maestro lo registró y la encontró, pegándole una buena tunda. Al día siguiente, la misma compañera, arrepentida, aclaró las cosas. Otro compañero, por envidia de que Francesco, como acólito, era bien considerado por el párroco y los otros sacerdotes, escribió una carta anónima en la que decía que cortejaba a la hija del jefe de estación del pueblo, una jovencita que raramente iba a la iglesia y que Francesco ni la conocía apenas. El párroco lo reprendió y le prohibió ayudar en la misa. Después de las investigaciones correspondientes, el acusador tuvo que admitir que él había escrito la carta por envidia15 . Hubiera querido hacer la primera comunión antes de los once años, que era la edad establecida. Su abuelo intercedió ante el párroco, pero no lo consiguió. Tuvo que esperar como todos a los once años. La hizo en 1899. El 27 de setiembre de 1899 recibió también la confirmación de manos del arzobispo de Benevento. Quince años más tarde, cuando siendo joven sacerdote preparó a 450 niños de Pietrelcina para la confirmación, recordaba el día de su confirmación diciendo: Lloraba de consuelo en mi corazón con esta ceremonia sagrada, porque me acordaba de lo que el Espíritu Paráclito me había hecho sentir el día en que recibí el sacramento de la confirmación, día único e inolvidable para toda mi vida. ¡Qué suaves emociones me hizo sentir ese día ese Espíritu consolador! Con el recuerdo de ese día me siento enteramente devorado por una llama muy viva que quema, consume y no causa dolor.
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