LOS ESTIGMAS
Sobre el Monte Alvernia, en el siglo XIII, Cristo dijo a San Francisco de
Asís: " Sabes lo que acabo de hacerte? Te he dado los estigmas, que son
los signos de mi Pasión, para que sea mi abanderado".
El 17 de septiembre de 1918, como todos los años, los Padres Capuchinos
celebraron piadosamente la fiesta de los estigmas de San Francisco. Era
un martes. Paso ese día, y también el miércoles y el jueves; y finalmente
llego el viernes, día tan doloroso y sin embargo tan caro a los
estigmatizados. Y precisamente ese día viernes 20 de septiembre de 1918,
poco antes del mediodía, un grito penetrante hizo estremecer a todos los
monjes en el coro.
- Que había ocurrido?.
Encontraron al Padre Pío tirado sobre el piso de baldosas, y al levantarlo
con cuidado para llevarlo a su celda, se apercibieron de que estaba herido:
flechas invisibles habían traspasado sus manos, sus pies y su costado, y
esa heridas sangraban.
Mientras sostenían la cabeza doliente del Padre, los ojos del fraile
divisaron el gran crucifijo que precedía la emocionante escena. Entonces
comprendieron. Comprendieron que desde ese momento el Padre Pío
daría testimonio y ostentaría en su cuerpo las señales patentes.
Llevaron pues al fraile a la celda Nro 5. Mientras uno de los Hermanos,
movido por una piadosa curiosidad, examinaba las palmas de su mano, el
Padre Pío abrió los ojos e imploro con la mirada que respetaran su secreto
que era también el secreto de Dios.
Hoy, el gran crucifijo del cual partieron los cinco rayos que traspasaron las
manos, pies y costado del sacerdote, ha sido sacado de su sitio y esta
oculto.
Esto es cuanto sabemos del prodigio del Monte Gargano.
Los fieles, que se encontraban en ese momento en la iglesia, también
comprendieron. La noticia se propago bien pronto, y los caminos se
llenaron de peregrinos y todo el mundo repetía que el Padre Pío era un
santo. La policía tuvo que intervenir para poner orden en el transito de las
multitudes que llegaban de toda a provincia.
El Padre Pío, siempre dulce y humilde, seguí cumpliendo con sus
obligaciones diarias, a las que se añadían horas y horas de confesionario,
sobre todo en los días de fiesta. Aunque solo coma una vez por día a la
una de la tarde alimento como para un niño de un año, el Padre, que mide
1,75 de altura, pesa 70 kilos. Es evidente que el poco alimento que
absorbe seria insuficiente, si no tuviera sostenido por la Santa Hostia. Esto
no tiene por que sorprendernos si pensamos que Teresa Neumann ni bebe
ni come nada desde el año 1926; desde el año 1927 ni siquiera toma la
cucharadita que le daban. La alimenta la Hostia, como le ocurrió a Luisa
Lateau, en Bélgica, durante doce años, y a Santa Lidwina, a la Beata
Angela de Foligno y a Santa Catalina de Sena.
LOS ESTIGMAS INVISIBLES
A unos cien metros, detrás de la granja en que trabajaba la familia
Forgione, Pío se construyo una choza de paja para resguardarse de los
rayos del sol. Allí se refugiaba para estudiar y orar. El 20 de septiembre de
1915, la madre, al advertir que su hijo no llegaba a almorzar, se dirigió a la
choza, y allí se encontró agitando las manos como si las tuviera
quemadas. Ella le pregunto, bromeando, si estaba tocando la guitarra, y el
joven repuso sonriendo que las palmas de las manos le dolían mucho. Era
un viernes, y ese día se conmemoraba en la parroquia los estigmas de
San Francisco de Asís. El Padre Pío no revelo a su confesor lo que le
ocurriere ese día, y nosotros lo sabremos después de su muerte.
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